Allá en el mar, de Lygia Bojunga
Fue el mismo Pescador quien construyó el barco que usaba todos los días para pescar: cuando era niño había aprendido con su padre a hacer barcos.
El padre había aprendido con el abuelo.
Pero el Pescador no tenía hijos para enseñarles cómo se hacía un barco ni cómo se pescaba un pez. No se había casado, no había encontrado a nadie: si a él le gustaba una muchacha, la muchacha no gustaba de él. Y viceversa. Y con los amigos era lo mismo. Entonces así, en ese nunca-atinando, el Pescador se había habituado a vivir solo. Solo no: él y el Barco; él y el Barco; él y el Barco allá en el mar.
¡Juntos se sentían tan bien! El Pescador y el Barco. Cada uno comprendiendo al otro. Los dos sentían al mismo tiempo el momento exacto de esperar al pez, de recoger al red.
Y allá en alta mar, atravesando la noche, ellos conversaban hasta más no poder. Es decir, el Pescador pensaba en voz alta y el Barco escuchaba: así era la charla de los dos.
Y el Barco escuchó muchas historias.
Historias de pesca.
Historias de amor (peleas con muchachas, esas cosas).
Historias de nostalgias. Nostalgia que el Pescador sentía por su padre y por su abuelo (los dos habían muerto en el mar); nostalgia del tiempo en que él era un niño y se sentaba en la playa a reparar redes y a escuchar los casos que su padre y su abuelo contaban y que ahora él le contaba al Barco.
El Barco escuchaba. Y tanto escuchó y tantos años pasaron que llegó a creer que era a él a quien todo le había acontecido; que era él quien le contaba todo al Pescador. El Pescador lo mismo: se acostumbró a sentir que el Barco y él eran uno solo.
Una noche un tempestad horrible los asaltó en alta mar.
Muchas veces habían soportado una tempestad en el mar. Pero nunca habían sentido una ventisca así de fuerte; nunca habían visto tantos relámpagos retumbando.
Tuvieron miedo.
Y el mar también. El mar se llenó de pavor: se fue erizando, se fue encrespando.
Cuando la tempestad vio que su miedo se esparcía ¡se creyó muy fuerte! Y quiso producir todavía más miedo: hizo que el cielo pareciera incendiado de tanto trueno y relámpago.
El mar no quiso ver más: comenzó a levantar olas. Una tras otra. Una más alta que la otra. Para ver si una de ellas tapaba el cielo.
Las olas elevaban al Barco; el Pescador perdía valor; las olas los sacudían de cualquier manera; el Barco intentaba soportarlo; y ya el mar levantaba otra ola; y el Barco subía de nuevo; y el Pescador perdía valor, ¡valor! Y el Barco trataba de soportarlo.
Los dos estaban exhaustos.
En lugar de calmarse, la tempestad empeoraba.
El Pescador perdió el control del timón. Y también perdió el control de sus nervios: sintió la sombra de un hombre que llegaba; se volteó; sintió a otro hombre que venía. ¿Le quitarían su Barco?
—¡No lo entrego! —gritó—. este Barco es mío —y alucinado, se agarró al timón.
El Barco escuchó el grito del compañero; estaba aturdido: ¿quién había llegado? Tenía dificultad para mantener el equilibrio en la subida de cada ola y para soportar el descenso, y también se descontrolaba: volteaba para acá, para allá girando en medio de los remolinos.
Un relámpago disparó una fuerte luz sobre el Barco.
El Pescador reconoció a los dos hombres. Su rostro se alegró:
—¡Papá! ¡Abuelo! ¡Sentía tanta nostalgia de ustedes! —soltó el timón y se abrazó muy fuerte a los dos.
Y así abrazados, el hijo, el padre y el abuelo, casi parecían bailar, en ese Barco que giraba y giraba para acá y para allá.
En una de tantas vueltas del Barco, la danza terminó: el Pescador fue lanzado al mar, desapareció el padre, desapareció el abuelo; y el Barco sintió en el casco la mano del Pescador que se aferraba.
Comenzó la agonía.
Agonía de ser sólo un barco: de no tener mano para extenderle al compañero y empujarlo de nuevo hacia dentro.
¿Cuánto tiempo duró aquello? Ya nadie lo sabía.
¿Eran las olas?, ¿era el viento?, ¿quién era?, ¿quién empujaba al Pescador así de fuerte hacia el fondo del mar?
El Barco esperaba. Esperaba que la mano aguantara.
Pero quien empujaba era más fuerte, y el Barco sintió que los dedos se escurrían de su casco.
Después el viento comenzó a detenerse. Sólo a lo lejos, casi como un suspiro se oía el resto de la tempestad.
Cansado de tanto miedo el mar se durmió.
El Barco también: cansado (muy cansado) se quedó quieto.
El día fue naciendo.
Todo parecía parado. Sólo un hilo de agua se escurría del Barco (justo donde la mano del Pescador se había agarrado).
Casi parecía un pequeño resto de lluvia que se había retrasado en el camino.
Casi parecía que era un resoplido del mar.
Casi parecía ser el rocío.
Y el Barco no quiso regresar a la playa, decidió quedarse a vivir allí mismo. Cuando el viento soplaba, se afirmaba en el agua para no ser llevado muy lejos; cuando batía la tempestad, luchaba con cada ola para poder quedarse allí; y cuando todo pasaba y llegaba la calma de nuevo, el Barco sentía que él y el Pescador todavía estaban cerca el uno del otro y que entonces la vida no era tan mala.
Pasó mucho tiempo.
El Barco envejeció. Incluso creyó que su casco se podría. Le gustó: se hundiría: viviría aún más cerca de su amigo. y un día, mientras pensaba en eso, vio que se acercaba un barco de pesca, pequeño al igual que él, con un nombre escrito en la proa: Bien-te-veo.
El pescador que venía en Bien-te-veo pegó un casco contra el otro, curioseó por todos lados, admirado de ver al barco de esa manera, tan solo y abandonado. Codeó al hijo que dormía.
El pescador que venía en Bien-te-veo pegó un casco contra el otro, curioseó por todos lados, admirado de ver al barco de esa manera, tan solo y abandonado. Codeó al hijo que dormía.
—¡Ey! Mira eso.
El niño (era un niñito así de pequeño) se levantó y miró al Barco con los ojos medio dormidos.
—¿Sabes lo que voy a hacer? —decidió el pescador de repente—, voy a ganarme unas cuantas con este barco: me lo llevo, le doy una buena pintada y listo; tráeme la cuerda: lo vamos a amarrar.
El Niño, sin quitarle los ojos al Barco, tomó la cuerda, se la dio a su padre.
El pescador preparó la cuerda.
—Lo voy a pintar de rojo. Quedará como nuevo, ya verás.
Cuando el Barco quiso encogerse, la cuerda lo atrapó.
Cuando el Barco quiso escapar, la cuerda lo amarró bien.
El Barco se rebeló: estaba viejo, cansado, y ahora ¿lo pintarían de rojo para quedar como nuevo y lo venderían a quién sabe quien para que comenzara de nuevo una vida de lucha, para arriba y para abajo, en el mar y en la arena, arrastrando redes, cargando la pesca? ¡Ah, no! Era suficiente con tener que soportar todos los días la nostalgia de su compañero, no soportaría la lucha de la pesca otra vez. La solución era quedarse atorado, reunir la fuerza que todavía le quedaba para no ser arrastrado. El casco no aguantaría, se reventaría; el agua entraría se hundiría; ¡se reuniría con el Pescador!
Y listo: el Barco se atoró; juntó todas las fuerzas que tenía par ano moverse del lugar.
En lugar del casco, la cuerda se reventó.
El pescador no comprendía lo que sucedía:
—¡¿Por qué será que este barco endemoniado está tan pesado?!
Pegó otra vez el casco contra el otro; apagó el motor; comenzó a preparar la cuerda de nuevo.
Y el Niño seguía igual, sin quitarle los ojos al Barco, soñando un sueño que le había dado por soñar: tener un barco para jugar. Pero un barco de verdad. Grande, igual al de su padre. Sólo que en lugar de marrón como Bien-te-veo, su barco sería de muchos colores. Sólo que en lugar de alejarse e el mar, su barco viviría en la playa (en el puro borde de la arena, en aquel escondite detrás del cerro, en donde las olas llegaban mansas, a donde él iba siempre a jugar).
El Barco descansaba de la fuerza que había hecho para no ser arrastrado. Pero el pescador comenzó a amarrarlo de nuevo. Y prendió el motor.
La cuerda tiró.
El Barco se atascó con fuerza.
La cuerda se reventó otra vez.
—¿Pero qué pasa con este barco que no sale de aquí? —gritó el pescador.
El Niño medio despertó. Y, loco por entrar a su barco, dijo:
—Voy adentro a mirar —no esperó la respuesta de su padre: un casco ya estaba recostado al otro y el Niño, ¡puf!, brincó hacia dentro del barco y fue directo a la cabina a curiosear todo de cerca.
El Barco se asustó cuando el Niño lo pisó: ¡cuánto! cuánto tiempo sin sentir a alguien así de cerca.
El Niño acarició la madera del banco, la punta de los dedos tocó el timón, suavemente, como si hiciera una fiesta.
Y el miedo del Barco se convirtió en suspiro.
El suspiro sacudió la puerta de la cabina: esta se cerró despacio. Y el Niño entonces comenzó a imaginar que el Barco ya vivía en la playa donde él jugaba, y que los dos tenían la vida entera para conversar. Se trepó en el banco. Se acomodó. Y le fue contando al Barco que tenía un gato manchado y una colección de tapas de cerveza. Le contó dónde había encontrado las tapas y dónde el gato lo había encontrado a él. El Barco se interesó en las historias y olvidó pensar en la cuerda.
El Niño ni oía a su padre llamarlo, ahora eran sólo él y el Barco, él y el Barco, él y el Barco allá en la playa.
Y cuando el Niño terminó de hablar, el Barco sólo pensaba, ¡ah! ¿no tendrá algo más para contarme?
"Laralalalalá", cantó el Niño.
El Barco estaba impresionado: ¿escuchaba bien? ¿sería una canción lo que tendría dentro de él?
Pero el pescador entro al Barco; abrió la puerta de la cabina.
—¿No oyes que te estoy llamando, niño? ¡qué estás haciendo aquí!
—Jugando...
El pescador, irritado, apurado, examinó todo, timón, cabina, casco.
El niño (era un niñito así de pequeño) se levantó y miró al Barco con los ojos medio dormidos.
—¿Sabes lo que voy a hacer? —decidió el pescador de repente—, voy a ganarme unas cuantas con este barco: me lo llevo, le doy una buena pintada y listo; tráeme la cuerda: lo vamos a amarrar.
El Niño, sin quitarle los ojos al Barco, tomó la cuerda, se la dio a su padre.
El pescador preparó la cuerda.
—Lo voy a pintar de rojo. Quedará como nuevo, ya verás.
Cuando el Barco quiso encogerse, la cuerda lo atrapó.
Cuando el Barco quiso escapar, la cuerda lo amarró bien.
El Barco se rebeló: estaba viejo, cansado, y ahora ¿lo pintarían de rojo para quedar como nuevo y lo venderían a quién sabe quien para que comenzara de nuevo una vida de lucha, para arriba y para abajo, en el mar y en la arena, arrastrando redes, cargando la pesca? ¡Ah, no! Era suficiente con tener que soportar todos los días la nostalgia de su compañero, no soportaría la lucha de la pesca otra vez. La solución era quedarse atorado, reunir la fuerza que todavía le quedaba para no ser arrastrado. El casco no aguantaría, se reventaría; el agua entraría se hundiría; ¡se reuniría con el Pescador!
Y listo: el Barco se atoró; juntó todas las fuerzas que tenía par ano moverse del lugar.
En lugar del casco, la cuerda se reventó.
El pescador no comprendía lo que sucedía:
—¡¿Por qué será que este barco endemoniado está tan pesado?!
Pegó otra vez el casco contra el otro; apagó el motor; comenzó a preparar la cuerda de nuevo.
Y el Niño seguía igual, sin quitarle los ojos al Barco, soñando un sueño que le había dado por soñar: tener un barco para jugar. Pero un barco de verdad. Grande, igual al de su padre. Sólo que en lugar de marrón como Bien-te-veo, su barco sería de muchos colores. Sólo que en lugar de alejarse e el mar, su barco viviría en la playa (en el puro borde de la arena, en aquel escondite detrás del cerro, en donde las olas llegaban mansas, a donde él iba siempre a jugar).
El Barco descansaba de la fuerza que había hecho para no ser arrastrado. Pero el pescador comenzó a amarrarlo de nuevo. Y prendió el motor.
La cuerda tiró.
El Barco se atascó con fuerza.
La cuerda se reventó otra vez.
—¿Pero qué pasa con este barco que no sale de aquí? —gritó el pescador.
El Niño medio despertó. Y, loco por entrar a su barco, dijo:
—Voy adentro a mirar —no esperó la respuesta de su padre: un casco ya estaba recostado al otro y el Niño, ¡puf!, brincó hacia dentro del barco y fue directo a la cabina a curiosear todo de cerca.
El Barco se asustó cuando el Niño lo pisó: ¡cuánto! cuánto tiempo sin sentir a alguien así de cerca.
El Niño acarició la madera del banco, la punta de los dedos tocó el timón, suavemente, como si hiciera una fiesta.
Y el miedo del Barco se convirtió en suspiro.
El suspiro sacudió la puerta de la cabina: esta se cerró despacio. Y el Niño entonces comenzó a imaginar que el Barco ya vivía en la playa donde él jugaba, y que los dos tenían la vida entera para conversar. Se trepó en el banco. Se acomodó. Y le fue contando al Barco que tenía un gato manchado y una colección de tapas de cerveza. Le contó dónde había encontrado las tapas y dónde el gato lo había encontrado a él. El Barco se interesó en las historias y olvidó pensar en la cuerda.
El Niño ni oía a su padre llamarlo, ahora eran sólo él y el Barco, él y el Barco, él y el Barco allá en la playa.
Y cuando el Niño terminó de hablar, el Barco sólo pensaba, ¡ah! ¿no tendrá algo más para contarme?
"Laralalalalá", cantó el Niño.
El Barco estaba impresionado: ¿escuchaba bien? ¿sería una canción lo que tendría dentro de él?
Pero el pescador entro al Barco; abrió la puerta de la cabina.
—¿No oyes que te estoy llamando, niño? ¡qué estás haciendo aquí!
—Jugando...
El pescador, irritado, apurado, examinó todo, timón, cabina, casco.
—Uy, este barco está más dañado de lo que pensé, mira esta madera por aquí: pudriéndose. ¿Sabes qué? No vale la pena perder más tiempo, ¡vámonos ya! ¡dejemos eso! —y se volteó hacia Bien-te-veo—: Lo único que no entiendo es por qué no sale de aquí. Debe haber encallado en algún lado.
El Niño no se movió: ¿abandonar su barco? ¿dejarlo ahí?
Y el Barco esperaba: ¿el Niño ya no me va a cantar más?
—¿Qué esperas, hijo?, ¡anda!, ¡ven! El sol está alto, vámonos a casa.
El niño arrugó el rostro, lo arrugó, refunfuñó:
—Yo no voy solo.
—¿Solo?
—Este barco es mío. Tú siempre me dices que me vas a dar un regalo y nunca me lo das. Y ahora me dices que vas a abandonar mi barco; yo no quiero. Lo quiero para mí.
El pescador miró asombrado al Niño: ¡pero que niño tan raro era su hijo! Tan pequeño y ya con esas manías...
—¿Para qué quieres este barco? A ti te da miedo el mar... A ti no te gusta salir a pescar conmigo... Ayer casi tuve que traerte a la fuerza; y apenas estuvimos lejos de la playa te acostaste y lloraste hasta dormirte... ¿para qué quieres un barco de pesca, dime?
—Para dejarlo allá en la playa. En un escondite que descubrí detrás del cerro. Allá el mar es tranquilo. Y nosotros vamos a jugar.
El pescador llamó al Niño con la cabeza.
—Vamos.
—No.
—¡Vamos!
—No voy.
El pescador levantó la mano para mostrar al Niño que le pegaría. El Niño hizo cara de furia.
—Sólo voy si él viene conmigo.
—¡Pero él no viene!, ¿no viste que está encallado?, no importa lo que quieras pues él no sale de ahí.
—Sí sale.
—¡No sale!
El pescador suspiró: ¿su hijo también encallaría ahora?
—Está bien: lo voy a volver a amarrar: ¡ven!
El Niño salió corriendo y brincó al Bien-te-veo.
Seguro de que la cuerda se reventaría, el pescador la amarró de cualquier manera. Prendió el motor.
El Barco se asustó; comenzó a atorarse; pero vio al Niño inclinado en el Bien-te-veo moviendo la boca; ¿qué será lo que dice?, ¿estará cantando de nuevo? En lugar de hacer fuerza para atorarse, el Barco hacía fuerza para escuchar.
El pescador estaba atontado: ¡parecía que el Barco no necesitara la cuerda para ir detrás!
El Niño comenzó su laralalá de una forma tal que también el Barco quiso canturrear. Y los dos así, mirándose a los ojos, se fueron por el mar. Por aquí y por allá llegaban olas de tristeza y el Barco olvidaba el canto para pensar en el Pescador; pero después escuchaba de nuevo al Niño y comenzaba a imaginar en dónde ordenarían las tapas de cerveza, la cara del gato manchado, la playa detrás del cerro, las historias que... ¡uf, qué luz! ¡cuánto sol! qué divertido se veía el cabello del Niño cuando el viento lo agitaba así.
El Niño no se movió: ¿abandonar su barco? ¿dejarlo ahí?
Y el Barco esperaba: ¿el Niño ya no me va a cantar más?
—¿Qué esperas, hijo?, ¡anda!, ¡ven! El sol está alto, vámonos a casa.
El niño arrugó el rostro, lo arrugó, refunfuñó:
—Yo no voy solo.
—¿Solo?
—Este barco es mío. Tú siempre me dices que me vas a dar un regalo y nunca me lo das. Y ahora me dices que vas a abandonar mi barco; yo no quiero. Lo quiero para mí.
El pescador miró asombrado al Niño: ¡pero que niño tan raro era su hijo! Tan pequeño y ya con esas manías...
—¿Para qué quieres este barco? A ti te da miedo el mar... A ti no te gusta salir a pescar conmigo... Ayer casi tuve que traerte a la fuerza; y apenas estuvimos lejos de la playa te acostaste y lloraste hasta dormirte... ¿para qué quieres un barco de pesca, dime?
—Para dejarlo allá en la playa. En un escondite que descubrí detrás del cerro. Allá el mar es tranquilo. Y nosotros vamos a jugar.
El pescador llamó al Niño con la cabeza.
—Vamos.
—No.
—¡Vamos!
—No voy.
El pescador levantó la mano para mostrar al Niño que le pegaría. El Niño hizo cara de furia.
—Sólo voy si él viene conmigo.
—¡Pero él no viene!, ¿no viste que está encallado?, no importa lo que quieras pues él no sale de ahí.
—Sí sale.
—¡No sale!
El pescador suspiró: ¿su hijo también encallaría ahora?
—Está bien: lo voy a volver a amarrar: ¡ven!
El Niño salió corriendo y brincó al Bien-te-veo.
Seguro de que la cuerda se reventaría, el pescador la amarró de cualquier manera. Prendió el motor.
El Barco se asustó; comenzó a atorarse; pero vio al Niño inclinado en el Bien-te-veo moviendo la boca; ¿qué será lo que dice?, ¿estará cantando de nuevo? En lugar de hacer fuerza para atorarse, el Barco hacía fuerza para escuchar.
El pescador estaba atontado: ¡parecía que el Barco no necesitara la cuerda para ir detrás!
El Niño comenzó su laralalá de una forma tal que también el Barco quiso canturrear. Y los dos así, mirándose a los ojos, se fueron por el mar. Por aquí y por allá llegaban olas de tristeza y el Barco olvidaba el canto para pensar en el Pescador; pero después escuchaba de nuevo al Niño y comenzaba a imaginar en dónde ordenarían las tapas de cerveza, la cara del gato manchado, la playa detrás del cerro, las historias que... ¡uf, qué luz! ¡cuánto sol! qué divertido se veía el cabello del Niño cuando el viento lo agitaba así.
[Tomado de ¡Chao!, Grupo Editorial Norma, México, 2001]
TE AMO JONATHAN ERES UN LINDO ESPERO K TE LA AYAS PASADO BIEN EEN ESTE 14 DE FEBRERO ME ENCANTAS... KIERO J SEPAS K SIEMPRE ESTARE PARA TI, CUANDO ME NECESITES BB...
ResponderEliminarTU SIEMPRE ESTUVISTE PARA MI Y YO NO TE PUDE NOTAR NI VALORAR , Y AHORA K LO HAGO TU TE CANSASTE DE ESPERAR, ESTO ME DUELE MUCHO, PERDON.... EREZ LA RAZON DE MIS DESVELOS, ERES E TE AMO DE CADA UNA DE MIS LAGRIMAS... TE .AMO...
Muy bonita historia de nostalgia que el pescador sentía por su padre.
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