-Pues sí que
está usted cómodo aquí -dijo el viejo señor Woodifield con su voz de flauta.
Miraba desde el fondo del gran butacón de cuero verde, junto a la mesa de su
amigo el jefe, como lo haría un bebé desde su cochecito. Su conversación había
terminado; ya era hora de marchar. Pero no quería irse. Desde que se había
retirado, desde su... apoplejía, la mujer y las chicas lo tenían encerrado en
casa todos los días de la semana excepto los martes. El martes lo vestían y lo
cepillaban, y lo dejaban volver a la ciudad a pasar el día. Aunque, la verdad,
la mujer y las hijas no podían imaginarse qué hacía allí. Suponían que
incordiar a los amigos... Bueno, es posible. Sin embargo, nos aferramos a
nuestros últimos placeres como se aferra el árbol a sus últimas hojas. De
manera que ahí estaba el viejo Woodifield, fumándose un puro y observando casi
con avidez al jefe, que se arrellanaba en su sillón, corpulento, rosado, cinco
años mayor que él y todavía en plena forma, todavía llevando el t…