No creo que se deba a la casualidad, sino a una larga tradición, el que el premio más importante que concede Israel esté destinado a la literatura internacional. En efecto, son las grandes personalidades judías quienes, alejadas de su tierra de origen, formadas al margen de las pasiones nacionalistas, han demostrado desde siempre una sensibilidad excepcional por una Europa supranacional, una Europa concebida, no como territorio sino como cultura. Si los judíos, incluso después de la trágica decepción que les causó Europa, han permanecido fieles a ese cosmopolitismo europeo, Israel, su pequeña patria reencontrada, se muestra a mis ojos como el auténtico corazón de Europa, extraño corazón situado fuera del cuerpo. Con gran emoción recibo hoy este premio que lleva el nombre de Jerusalén y la huella de ese gran espíritu cosmopolita judío. Lo recibo como novelista, no como escritor. El novelista, según Flaubert, es aquel que quiere desaparecer tras su obra. Desaparecer tras su obra quiere …