Tres textos de Gibrán Jalil Gibrán

El mar inmenso

Mi alma y yo fuimos a bañarnos al inmenso mar. Y cuando llegamos a la playa, nos pusimos a buscar un sitio escondido y solitario.
Y mientras caminábamos por la playa, vimos a un hombre sentado en una gran roca gris, que sacaba de un saco puñados de sal y los arrojaba al mar.
Dijo mi alma al verlo: "Es un pesimista. Vámonos a otro sitio, aquí o podemos bañarnos, porque él no debe ver nuestra desnudez".
Seguimos caminando hasta llegar a una cala; allí vimos sobre una roca a un hombre con una caja incrustada de joyas, de la que cogía azúcar a puñados para arrojarla al mar.
Mi alma dijo: "Éste es el optimista; tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos".
Seguimos caminando, y vimos a u hombre, en otro lugar de la playa, recogiendo peces muertos y arrojándolos con ternura al mar.
"Tampoco podemos bañarnos delante de este hombre", dijo mi alma, "porque es un filántropo de gran corazón".
Y seguimos caminando
Y llegamos a un lugar donde encontramos a un hombre trazando un contorno de su sombra en la arena. Y llegaban las grandes olas y las borraba, mas él, sin desalentarse, rehacía su sombra una y otra vez.
Y mi alma me dijo: "Ése es el místico, apartémonos de él".
Y seguimos caminando hasta que en otra ensenada tranquila vimos a un hombre recogiendo espuma del mar y vertiéndola en un vaso de alabastro.
Y mi alma me dijo: "Es un idealista, y no debe ver nuestros cuerpos desnudos".
Y seguimos caminando. Y de pronto oímos una voz gritar: "¡Éste es el mar! ¡Éste es el mar profundo! ¡Éste es el vasto y poderos mar!" Y cuando llegamos vimos a un hombre que de espaldas al mar oía su murmullo marino aplicando su oído a un caracol.
Y mi alma me dijo: "Pasemos de largo. Éste es el realista, el que vuelve la mirada a cuanto no alcanza a abarcar con la mirada, contentándose con un fragmento del todo".
Y seguimos adelante. Y en un matorral, entre las rocas, a un hombre con la cabeza enterrada en la arena. Y le dije a mi alma: "Aquí podemos bañarnos porque este hombre no nos puede ver".
Y mi alma me respondió: "No, ése es el más peligroso de todos. Es un puritano".
Luego, al rostro de mi alma afloró una gran tristeza, y también de ella se llenó su voz: "Vámonos de aquí", dijo, "porque no hay ningún lugar oculto y solitario donde podamos bañarnos. No quiero que este viento acaricie mi cabellera de oro, ni quiero descubrir mi seno ante estos lugares, ni que esta luz revele mi sagrada desnudez". 
Y abandonamos entonces aquel mar, para ir en busca del Inmenso Océano.


El espantapájaros

Cierto día le dije a un espantapájaros: "Debes estar cansado de estar inmóvil en este campo solitario".
Y él me contestó: "El placer de espantar es profundo y duradero; jamás me cansa".
Luego, tras un minuto de reflexión, le dije: "Es verdad, también yo he conocido ese placer".
Y él me contestó: "Sólo pueden conocer ese placer los que están llenos de paja".
Entonces me alejé del espantapájaros siguiendo mi camino sin saber si su respuesta era un elogio o una burla.
Pasó luego un año, y el espantapájaros, mientras, se convirtió en filósofo.
Y cuando nuevamente pasé a su lado, vi a dos cuervos que habían anidado bajo su sombrero.


Amigo mío

Amigo mío, no soy el que te parezco. Lo que parezco es apenas un traje que llevo, un traje cuidadosamente tramado que me protege de tus preguntas y a ti de mi desinterés.
El "yo" que hay en mí, amigo mío, vive en la casa del silencio, y allí permanece siempre, inadvertido, inasequible.
No querría que creyeras lo que digo, ni que confiaras en cuanto hago, porque mis palabras no son sino tus propios pensamientos convertidos en sonido, y mis obras son tus propias esperanzas materializadas en actos.
Cuando dices: "El viento sopla del Este", digo: "Sí, siempre sopla del Este"; pero no quiero que sepas entonces que mi mente no reside en el viento, sino en el mar.
Tú no puedes entender mis pensamientos, hijos de la mar, ni me interesa que lo comprendas. Prefiero seguir solitario en el mar.
Amigo mío, cuando para ti es de día, de noche es para mí; mas yo no dejo de hablarte de la luz del día que baña las cimas, ni de la sombra purpúrea que se abre paso por los valles; porque tú no puedes oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas agitarse contras las estrellas; y no me interesa que oigas ni que veas lo que hay en mí. Prefiero estar siempre sólo en la noche.
Cuando tú subes a tu cielo, yo bajo a mi infierno. Y entonces me llamas a través de abismo infranqueable que hay entre tú y yo: "¡Compañero! ¡Camarada!", porque no quiero que veas mi infierno. Las llamas te cegarían y el humo te asfixiaría. Amo mi infierno si reservas, hasta el punto de no permitir que lo visites. Prefiero estar siempre en mi infierno.
Tú amas la Verdad, la Belleza, lo Justo, y yo digo para complacerte que estoy de acuerdo contigo y que está bien que ames esas cosas. Pero, en el fondo de mi corazón, me río de tu amor por ellas. Sin embargo, te oculto mi risa porque prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, prudente y sensato; es más, eres perfecto. Y yo a mi vez, hablo contigo con sensatez y cautela, pero... estoy loco. Sólo que oculto con una máscara mi locura. Prefiero estar loco a solas.
Amigo mío, no eres mi amigo. Pero ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi camino no es tu camino, y sin embargo caminamos cogidos de la mano.

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