"Jorge Ibargüengoitia (1928-1985) un llamado al estudio de la ironía", por Adolfo Díaz Ávila
"No podemos explicar con madurez el lenguaje
hasta que no nos sintamos… a gusto con la ironía"
Kennet Burke
Parece justificarse una reflexión sobre el tema si se está convencido del papel de la cultura a través de la literatura, del arte y del pensar reflexivo en la conformación de los modos de ser de cada sociedad y época. Se trata de una invitación a ensayar ejercicios de racionalidad instalada sobre los rieles del decurso histórico.
La obra de este autor, mediante el vehículo expresivo del humor, cala más hondamente en los problemas y situaciones humanas, ayuda a experimentar el sufrimiento y dolor que conllevan; en último término, a pensar desde "un sentir originario" como fuera el anhelo de María Zambrano.
Conforme avanzaba, Ibargüengoitia iba conquistando una conciencia más lúcida que le impulsaba a nuevos cuestionamientos y le exigía poner en tela de juicio más y más "verdades" establecidas. Por ello, es de lamentar que la brevedad de vida no le haya dado la posibilidad de culminar la tarea reflexiva sobre la existencia humana, sobre sus sentidos y sus sin-sentidos.
El caso es que su obra pone a nuestra disposición abundancia de materiales para indagar y conocer la naturaleza y propósitos de la ironía.
Un punto de partida desde lo comúnmente aceptado nos lo ofrece el estudio de Jaime Castañeda Iturbide en su libro, El Humorismo desmitificador de Jorge Ibargüengoitia.
Como lo indica el título, pretende ubicar en lo justo, a partir de los propósitos rastreables en la obra, el recurso al humorismo como vehículo formidable para el intento de reacomodo de las piezas en el tablero de la mentalidad e idiosincrasia del mexicano de la segunda mitad del S. XX. Con la envoltura del humor, con recursos lúdicos, efectivamente el autor nos hace reír, pero su intención va más allá, se propone incentivar nuestro pensar. Eso explica su indisposición a ser tildado simplemente de escritor humorista; no porque no lo fuera, sino porque su interés consistía en poner el humor y la ironía al servicio de un actitud crítica; así lo expresaba textualmente: "…Yo veo las cosas así. Mi vida está vista a través de algo que es una pantalla irónica" [Ibargüengoitia, 1977]. Para Castañeda se trata no de un humorismo puro, filosófico, pero tampoco de su extremo opuesto, el mero chiste; más bien lo sitúa en una posición intermedia, entre uno y otro. Humorismo, entonces, resultado del esfuerzo y puesta en acción de las facultades (entendimiento, imaginación, memoria y sentidos), tras el empeño de extraer la mayor riqueza de sentido y de luz por la fuerza de la intuición; ya no análisis descriptivo ni esquematismos o generalizaciones, sino contacto inmediato entre facultades y objetos intuidos: el país, sus instituciones, las experiencias y trozos de vida con sus sabores y sinsabores, anhelos, fracasos etc.
Ese humorismo crítico, esa ironía, como modos de estar en el mundo, de asumir y ejercer la propia existencia; ahí echa raíces el halo de escepticismo que rodea su obra, de ahí brota la sátira mordaz ante lo que registra su mirada en el entorno exterior y en el mundo interno, lo que vive, goza y sufre desde sí.
En otras palabras, persigue ante todo des-velar, desenmascarar, para acercarse y acercarnos a lo que solemos designar como realidad.
José de la Colina nos lo muestra atento al "desilusionante y a la vez, divertido juego del mundo […] lo ve, dice, con una mirada tranquila pero que tiene filo de cuchillo. Humor seco, ha dicho Octavio Paz […] de ascendencia sajona más que latina, y una cierta inclinación a difamar la realidad […] Es […] un empequeñecedor de enormidades, un trivializador de trascendencias" [De la Colina, 1983].
Disposiciones, pues, o predisposiciones de orden natural en este escritor que, en cuanto fueron puestas a prueba en situaciones vivenciales concretas, emergieron prontas y lúcidas a cumplir su tarea.
Vicente Leñero [Leñero, 1989], al resumir datos biográficos de Ibargüengoitia, advierte que como Dostoievski, Robbe Grillet y otros escritores, él pensó y ensayó dedicarse a la ingeniería; estudió tres años de esta carrera y hasta dedicó después otros tres a la agricultura en el rancho familiar, por cierto, con éxito, hasta que, ocasionalmente, obligado a acudir a la ciudad de Guanajuato para reparar maquinaria, se topó en la casa de su madre con Salvador Novo, quien en calidad de director iba a presentar una obra de Emilio Carballido, Rosalba y los Llaveros. La manera en que lo relata confirma lo dicho:
No sé si la representación fue excelente o si mi condición anímica era extraordinariamente receptiva. El caso es que ahora sé, y confieso con un poco de vergüenza, que ninguna representación teatral me ha afectado tanto como aquélla…
Pero el motor diesel se descompuso el lunes, yo dije "¡basta de rancho! " y en ese entonces dejé de ser agricultor. Tres meses después, me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras [Ibargüengoitia, 1974].
Otros acontecimientos y circunstancias propiciaron el curso y evolución en sus planes y pretensiones, uno decisivo, el que Rodolfo Usigli hubiese sido su maestro y con tal influencia que a él atribuye la culpa de haberse dedicado a escribir teatro durante diez años; reconoce, a la vez, el valor de su clase, sin la cual el paso por Filosofía y Letras hubiese quedado en pura banalidad; eso le animó a terminar los estudios.
Durante dicho período compuso un buen número de obras de teatro que obtuvieron diversos tipos de acogida por parte del medio; pero, una de ellas le condujo a incursionar en los terrenos de la narrativa:
El atentado (sobre el asesinato de Obregón) me dejó dos beneficios: me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela. Al documentarme para escribir esta obra encontré un material que me hizo concebir la idea de escribir una novela sobre la última parte de la revolución mexicana [Ibargüengoitia, 1985].
Por cierto, otra obra de teatro, La conspiración vendida, mediante la cual esperaba allegarse fondos económicos, que, en primera instancia, no resultaron del todo suficientes, le redituó, empero, otro tipo de satisfacción, pues con ella posteriormente ganó un concurso, y pudo así satisfacer sus apremios económicos, pero, además, le compensó con el sabor de la venganza:
… el destino me deparó una venganza sensacional [...] apareció una convocatoria para un concurso de obras de teatro […] El monto del premio era de veinticinco mil pesos de entonces […] Mandé La Conspiración vendida...y gané el premio. El mismo dia que supe la noticia encontré a Gorostiza (Celestino), que había presidido el jurado que me premió, en el foyer del teatro. -Yo soy el autor […] le dije. Casi se desmayó. Evidentemente habían premiado la obra creyendo que había sido escrita por otra persona con más méritos o mayores influencias que yo. Ni modo [Ibargüengoitia, 1979].
Compuso también diálogos escenificables, guiones cinematográficos, escribió crítica teatral que, por su índole, le ocasionaron rupturas por todos lados, hasta con su maestro Rodolfo Usigli. En artículo publicado en México en " La Cultura" de Novedades bajo el título de "Sublime alarido de exalumno herido " y "No te achicopales Cacama", remata con una queja: "¿Verdad que es una injusticia que Usigli no haya hablado de mí en su entrevista con Elena Poniatowska?" [Ibargüengoitia, 1961].
En lo concerniente al tema sobre la ironía puede servir de ejemplo uno de sus textos narrativos, el de La ley de Herodes (1967).
Bien sabido es que este escritor incorpora en su obra dosis relevantes de autobiografía, por lo que cobra mayor interés. Así como la intuición le permite acercarse y acercarnos de manera más directa a lo vivencial del existir, el incursionar en la complejidad de lo humano desde sí mismo, confiere especial autenticidad y fuerza expresiva a sus textos.
De los cuentos que conforman La ley de Herodes destacan como autobiográficos, el que sirve de título a los once ahí publicados, "La ley de Herodes", junto con "La mujer que no" y "La vela perpetua". Narran peripecias ocurridas en la escuela y durante algunos viajes, pero, en especial, la relación afectiva con su compañera de estudios, Luisa Josefina Hernández.
La ironía en dicho texto dirige sus baterías hacia dos direcciones, una, hacia el contexto socio-político nacional e internacional, y otra, hacia la repercusión de todo ello en el personaje- narrador. Se exhibe la dependencia económica de nuestro país respecto de los E.U.A., en el contexto de la guerra fría con su aparato ideológico-cultural entre Este y Oeste que obliga a los demás países e individuos a calcular y adoptar posiciones fluctuantes hacia uno u otro extremo: comunismo-capitalismo, según lo aconseje el sentido práctico de la vida. Se disuelve el ideal político en las exigencias de la vida concreta. La utopía es relegada en aras de la necesidad de "seguir la vida" y el obligado a ello sufre un conflicto interior suplantado en su momento por el cinismo, que, consecuentemente, se lleva entre los cascos la dignidad de quien ha claudicado y le orilla a sufrir en su propia carne los efectos de la humillación.
En entredicho, entonces, la seriedad, la legitimidad y verdad de las instituciones, así como el valor y dignidad de los seres humanos representados por el personaje. ¿A qué se reduce el sentido de la vida humana? De vejación en vejación, ¿qué es lo que queda de nosotros?
Ahí está el desenlace del cuento:
…En el pasillo me encontré a Sarita…que al verme (supongo que yo estaba muy mal) me preguntó qué me pasaba.
-Me metieron el dedo. Dos dedos.
-¿Por dónde?
- ¿Por dónde crees, tonta?
… Salió de ahí y fue a contarle a todo el mundo que yo me había doblegado ante el imperialismo yanqui [Ibargüengoitia, 2003: 20].
Al lector no lo queda escapatoria (está frente al dilema, el de dos cuernos, pues le atrapa por uno o por otro), se ve obligado a conceder anuencia y complicidad una vez compartida la ironía: cierto que se burla de las instituciones y con ello descarga su rabia, pero, también se burla de sí mismo, puesto que a él corresponde terminar el refrán mexicano incoado en el título del cuento:
"Como dicta la ley de Herodes "
O te…….. o te ………"
Tal es el motivo de pensar en el llamado o invitación que la obra de este escritor nos dirige, avocarnos al estudio y desciframiento de la ironía, más allá de su identificación como recurso retórico.
El "eiron" es aquel que interroga escudándose tras la apariencia de ignorancia, al decir menos de lo que piensa; por eso, a quien simula ser ignorante se le dice " eironikós". Representa la actitud socrática del pensador sagaz, pero también la del orador que maneja ese recurso retórico. En palabras de Cicerón la "urbana dissimulatio".
No obstante la frecuencia con la que aparece en obras de todo tipo, parece haber sido poco estudiada; quienes en ello reparan son estudiosos aislados, así en el s. XIX, y en forma destacada, Soren Kierkegaard, por lo que toca a la reflexión filosófica, y hasta el s. XX en la línea de la retórica. Sí han aparecido menciones aisladas como la de Friedich Schlegel quien sostenía que "la ironía no es cosa de bromas", Kierkegaard describía como en verdad irónico a quien ejerce juicios de esa naturaleza basados en su aprensión del mundo, no de manera ocasional, sino permanentemente; para el ironista, en su modo de pensar, la vida misma es objeto de su inteligente y regocijado menosprecio; no busca el aplauso, sino conseguir en un movimiento ascendente, la unión entre los ideales de la estética y los postulados de la ética. Más recientemente, Foucault hace eco a esta inquietud al entender la ética como creación de sí, desde la libertad, esto es, creación de sí como obra propia, pero como "obra de arte".
Sospecho que por ese rumbo puede ser descubierto el mundo de Ibargüengoitia expresado mediante el recurso de la re-creación por la escritura; si Kierkegaard había confesado: "…como Scherezade salvó la vida contando historias, así salvo yo la mía o la mantengo a fuerza de escribir" [Kierkegaard, 1999: 12]. Ibargüengoitia hizo lo propio, a través del habla, como aquél, descargó angustia y desesperación, ambos ejercieron un modo de plantarse ante la existencia, el exigido por un compromiso auténticamente ético.
Ya en el s. XX aparecieron estudios sobre la ironía desde la retórica. Muecke con sus obras: El compás de la ironía y La ironía y el irónico; Haackon Chevalier y su Temperamento irónico; Wayne Booth y su Retórica de la ironía. De entre sus aportaciones podemos retomar: que la ironía busca decir algo sin realmente decirlo, que persigue la agudeza por su misma índole intelectual situada por encima de lo puramente visual y que testimonia un arte de reflejos, de autoconciencia.
Quien cultiva la ironía manifiesta, entre otras cosas, una autovaloración de superioridad que le impulsa a la agresividad, que, una vez emitida, le reditúa una ganancia extra y profunda: "La conciencia, dice Muecke, que posee el observador irónico de sí mismo como observador tiende a agudizar sus sentimientos de libertad e induce un estado de ánimo de excitación" [Muecke, 1995: 93-144].
Wayne Booth en su Retórica de la ironía ofrece pistas para el reconocimiento de la misma en los textos. A sabiendas de que las obras de Ibargüengoitia la contienen, sólo advertimos algunas de las más evidentes en los cuentos de La ley de Herodes, así se ha observado en el desenlace del cuento con el mismo nombre y en los títulos de otros ahí incluidos: "La mujer que no", "La vela perpetua", todos conllevan intenciones ocultas ; valiéndose de la enjundia condensada en expresiones populares se pone en juego la complicidad de quienes comparten el mismo contexto cultural y se solazan en el ejercicio de la crítica.
De ese modo, Ibargüengoitia desmitifica historia oficial, prácticas políticas y religiosas, mundillo cultural; pero, a la vez, el imaginario propio, en otras palabras, desacraliza lo institucional e igualmente consigue demoler el pedestal sobre el que se sustentaba el yo idealizado; al poner los pies en la tierra iniciaba el camino hacia el "hombre moderado" -en la acepción de Vattimo-, con ello se distanciaba del yo inmediato o empírico y se sometía a crítica.
Debe advertirse un peligro, el de la persistencia incontenible en una actitud irónica que pudiese conducir al extremo de la disolución total del sentido, esto es, en la "negatividad infinita absoluta", ya sin dique alguno a la vehemencia de la duda. En opinión de Booth, lo que permitiría poner fin a esa cadena disolvente sería el hecho mismo de entender la ironía; de ahí la necesidad de estudiarla [Booth, 1986: 97].
El riesgo es real, nada más placentero que echar por tierra todo tipo de absolutos; pero, desde el otro extremo acecha también un escepticismo radical, ni más ni menos, otro absoluto. Por ello hay que "saber dónde detenerse", a la manera en que Shakespeare se expresaba irónicamente sobre su obra, pues lo que buscaba con ello era que se impusiera lo objetivo. Al respecto el mismo estudioso hace suyo el pensamiento de Kierkegaard y lo propone como epígrafe: "la ironía es sana en cuanto libera al alma de las trampas de la relatividad; es una enfermedad en tanto en cuanto es incapaz de tolerar lo absoluto […] y sin embargo esta enfermedad es una fiebre endémica que sólo contraen contados individuos, y que superan todavía menos" [Booth, 1986: 313].
La tarea espera su cumplimiento; habría que calar en las profundidades del sentido al que apunta la ironía y a los objetivos que persigue: ¿qué dice o expresa de la condición humana?, ¿qué cambios anhela desde su posición crítica?, y otra pregunta también inquietante, ¿qué oídos estarán preparados y dispuestos a escuchar estos reclamos angustiosos ante la debacle que por doquier amenaza?
El caso es que la obra de Ibargüengoitia y la de muchos otros cultivadores de la ironía están ahí reclamando nuestra escucha y al alcance de la mano.
Bibliografía
Directa
Ibargüengoitia J. (18 de febrero de 1974). "Otras voces, otros teatros. La vida en México en tiempos de Novo", en Excelsior. México.
________. (7 de agosto de 1977). “Entrevista”, en El Día. México.
________. (1979). "Dos aventuras de la dramaturgia subvencionada", en Revista Vuelta, N° 27. México.
________. (17 de septiembre de 1961). "Sublime alarido de exalumno herido" y "No te achicopales Cacama", en México en la Cultura de Novedades. México.
________. (1985). "Jorge Ibargüengoitia dice de sí mismo", en Revista Vuelta, N° 100. México.
________. (2003). La ley de Herodes. Joaquín Mortiz. México.
Indirecta
Booth, Wayne C. (1986). La retórica de la ironía. Taurus. México.
De la Colina, J. (4 de diciembre de 1983). “Jorge Ibargüengoitia (1928-1983)”, en El Semanario Cultural de Novedades. México.
Kierkegaard S. (1999). Temor y temblor. Fontamara. México.
Leñero V. (1989). Los pasos de Jorge. Joaquín Mortiz. México.
Muecke, D.C. (1995). La ironía y el irónico, traducido por Alexandra Luiselli en Los Empeños. Ensayos en Homenaje a Sor Juana. Inés de la Cruz. Universidad Nacional Autónoma de México. México.
Adolfo Díaz Ávila
Universidad Autónoma del Estado de México
Actualizado, octubre 2006