"La falsa dicotomía del desastre", de Margaret Randall

 

Margaret Randall

Distinguimos entre los desastres creados por el ser humano otros que fueron causados por la naturaleza. Pero se trata de una distinción falsa y, en útlimo término, engañosa.

Cuando un edificio con una maquiladora en Savar, Bangladesh, se derrumba y mata a más de mil trabajadores, se puede culpar al arquitecto que aprobó los planos (indudablemente, por ganar dinero) y al gobierno, que no pudo establecer normas de construcción o que, si existen, se rehusó a hacerlas valer (seguramente, gracias a algunos sobornos). También se puede culpar a las marcas de ropa en Estados Unidos y otros países occidentales, que recogen un beneficio exagerado y rara vez se han comprometido  a mejorar las condiciones laborales bajo las cuales se hace su ropa, pues saben que las auténticas soluciones sólo los harían perder dinero. Incluso los ciudadanos, preocupados, asqueados y cansados de intentar que esas compañías billonarias tomen responsabilidad con sus empleados, pueden culpar a los individuos que compran la ropa. Hay culpa de sobra para repartir. 

De manera similar, cuando el túnel de una mina se derrumba, culpamos al conglomerado minero que año tras año se ha rehusado a atender las quejas por condiciones de riesgo y falta de medidas de seguridad. A veces esos desastres ofrecen una oportunidad para que la misma gente que ha tenido la culpa se haga un poco de publicidad a través de una serie de acciones  por las que aparecen como héroes después del accidente. Los mineros han muerto, pero los ejecutivos pueden consolar  a sus familiar y hacer como que ofrecen ayuda. 

Sebastián Piñera muestra el mensaje de los 33 mineros.
Sebastián Piñera muestra el mensaje
de los 33 mineros. (Tomada de El País)

Así ocurrió, al menos durante un tiempo, cuando el 5 de agosto de 2010 un túnel se derrumbó a mil cien pies bajo tierra en la mina de San José de oro y cobre, en Copiapó, en el altiplano chileno. Treinta y tres hombres quedaron atrapados adentro. Por diecisiete días nadie supo si todavía estaban vivos. Entonces un destacamento de rescate escuchó un ligero golpeteo en el suelo, y una nota con las palabras "Estamos bien en el refugio los 33" fue amarrada al final de una sonda y enviada a la superficie. Un segundo túnel colapsó mientras aumentaba la tensión. La tragedia ganó la atención de la gente alrededor del mundo. Los ingenieros pusieron a prueba su creatividad, y uno encontró una forma de perforar un hoyo hacia el lugar donde los mineros esperaban lo que habrían imaginado como una muerte dolorosa y lenta. 

Es verdad que Sebastián Piñera, el conservador presidente de Chile, contribuyó a este desastre minero. También otros lo hicieron. Tanto su gobierno como las lucrativas mineras que son propiedad de su familia se rehusaron constantemente a mejorar las condiciones para los mineros. Pero durante el calvario de Copiapó, Piñera volvió la situación en su favor y se mantuvo en aquel lugar, completamente visible para las cámaras de la televisión internacional, mientras consolaba a las familias y prometía que su gobierno no escatimaría esfuerzos para rescatar a los mineros. 

En una ciudad improvisada construida con casas de campaña, sus habitantes contaron historias que aparecieron en periódicos de todo el mundo. Historias de esposas e hijos que afrontaban una espera agonizante. Y entonces, de manera sorprendente, los expertos en minería, ingenieros y otros lograron aunar esfuerzos. Cavaron un túnel, construyeron una cápsula con el tamaño necesario para que cupiera un único cuerpo humano y la lanzaron a través del túnel. Uno tras otro, los treinta y tres mineros fueron traídos de vuelta a la superficie. Aquellos con mayor responsabilidad por haber causado el desastre gozaron la mieles de una meta alcanzada. No hay duda de que se trató de un evento heroico. Todavía me recuerdo sentada toda esa noche, mirando una transmisión en vivo de aquellos hombres mientras salían de la mina. 

Pero el tenor de la historia cambió apenas y los reporteros comenzaron a olvidarse. Los hombres rescatados estaban vivos, pero la mayoría no pudieron regresar al trabajo, muchos tuvieron problemas psicológicos, ninguno recibió una atención adecuada y algunos quedaron afectados con un severo trastorno de estrés postraumático. Los programas de televisión los pusieron en primer plano, incluso en Estados Unidos, pero una vez que el accidente desapareció de las noticias no hubo nadie en el gobierno chileno que se preocupara por lo que había ocurrido con las víctimas o con sus familias.

Como siempre, nuestra atención pronto fue capturada por el siguiente evento urgente. Un año después, pocos de aquellos mineros habían logrado regresar a la mina. Más pocos aún habían encontrado otro trabajo. Sus vidas y las de sus familias habían sido destruidas. Chile mismo no estaba más cerca de legislar mejores condiciones para los mineros. El presidente Piñera había logrado sus quince minutos de fama, y treinta y tres heroicos hombres habían perdido casi todo, con excepción de la vida. 

Así ocurre con la mayoría de esos desastres causados por los seres humanos y relacionados con la ambición o la negligencia. Los grupos responsables tienen el dinero y las influencias necesarias para volver a favor suyo las tragedias de los otros. Quizá el ejemplo reciente más escandaloso aquí, en Estados Unidos, esté en el derrame de petróleo en el Golfo de México ocasionado por la plataforma Deepwater Horizon, propiedad de la British Petroleum Company.

El 20 de abril de 2010, una explosión destruyó el Deepwater Horizon, una de las plataformas de extracción de la British Petroleum en las costas de Louisiana, en el Golfo de México. Once hombres perdieron sus vidas. Pero esa trágica pérdida no puso punto final al desastre. Por ochenta y cuatro días fue imposible cerrar la fuga de petróleo resultante, que continuó escupiendo crudo y saturando las aguas del Golfo a un ritmo de miles de toneladas por día. El revestimiento viscoso asfixió la vida silvestre, obstruyó los pantanos de la costa y afectó severamente a un conjunto de industrias costeras, desde la pesca hasta el turismo. 


Derrame petrolero ocurrido en la plataforma Deepwater Horizon de la British Petroleum Company, en la costa de Louisiana. (Tomada de la página de Daniel Beltrá).

Todas las agencias gubernamentales de supervisión prometieron que harían que British Petroleum limpiara el desastre, y la misma compañía se comprometió a hacerlo. A juzgar por los comerciales que se transmitieron una y otra vez por la televisión, ellos se quedarían "hasta que la limpieza hubiera terminado", pues "nadie se preocupa más por la gente del Golfo que British Petroleum". Menos de un año después del derrame, la compañía presumió que las industrias de pesca y turismo en el área se habían recuperado hasta los niveles anteriores al derrame. 

Pero miremos algunas de las estadísticas que British Petroleum preferiría que ignoráramos. Fueron las especies marinas quienes sufrieron el mayor impacto. El área del derrame una vez fue hogar de 8,332 especies. Durante una exploración aérea en enero de 2013, la física de la NASA Bonny Schumaker se dio cuenta de la ausencia de vida marina en un radio de treinta a cincuenta millas alrededor del pozo. En una distancia aún mayor, fotografías de películas muriendo debajo de una capa de petróleo ofrecieron el tipo de imágenes que pueden ilustrar estas tragedias. Se estableció una relación definitiva entre el derrame y la muerte de la comunidad coralina del Golfo. 

Y hoy la gente continúa sufriendo. Además de las miles de muertes, para el mes de junio ya se habían reportado al Departamento de Salud de Louisiana 143 casos de exposición; 108 de ellos se relacionaban con trabajadores involucrados en el esfuerzo de limpieza, pero otros eran ciudadanos comunes y corrientes que vivían en el área afectada. Se cree que los químicos del petróleo y el dispersante fueron la causa de los malestares. Mike Robicheux, un doctor de Louisiana que trata a personas expuestas a sustancias químicas tóxicas, ha dicho que esta es la crisis de salud pública causada por envenenamiento químico más grande en la historia del país. 

Después del accidente, el área experimentó un marcado incremento en desórdenes mentales y problemas de salud vinculados al estrés. La científica ambiental Wilma Subra reportó que en personas que habían pasado enfermedades relacionadas con el derrame se habían encontrado componentes orgánicos volátiles que estaban de cinco a diez veces arriba de los umbrales de seguridad. Sin embrago, si la experiencia pasada es un indicador, probablemente aún no hemos visto sino la punta del iceberg. Probablemente los problemas relacionados con la explosión del Deepwater Horizon continuarán apareciendo en las generaciones del futuro. 

El impacto económico en la gente de la Costa del Golfo ha sido severo. Por un lado, los residuos del derrame continúan afectando el marisco, la pesca y el turismo. Por el otro, las autoridades de Louisiana temen que la moratoria de perforación en el mar impuesta después del derrame dañe aún más la economía de las comunidades costeras. La industria del petróleo emplea alrededor de 58,000 habitantes de Louisiana y ha creado otros 260,000 empleos relacionados con el petróleo, lo que da alrededor del 17% de todos los empleos del estado. Como ocurre con cualquier situación, debe encontrarse una forma de que la necesidad de empleo se equilibre con la grave problemática ambiental. 

La opinión pública norteamericana tuvo una reacción en general crítica frente a la manera en que el presidente Obama y el gobierno federal se enfrentó al desastre de la British Petroleum, y una opinión en extremo crítica de la respuesta de esta misma compañia. British Petroleum dijo que  ofrecería apoyos a largo plazo. Pero para marzo de 2012, la compañía estimó que el dinero total que había destinado a paliar las consecuencias del derrame rondaban apenas lo $37.2 billones, cuando sólo sus ganancias de ese año rondaban los $25 billones. Quizá sea más problemático el hecho de que  esta y otras compañías hoy continúen devastando el Mississippi y la costa del Golfo de Louisiana. Hasta donde podemos ver, existen playas donde una industria petrolera mal regulada está haciendo como si la tierra fuera suya. Existe toda una historia de tragedias de este tipo que son seguidas por el deseo de construir legislaciones en su contra, que a su vez son seguidas por maniobras políticas que vuelven imposibles las leyes. 

Todo lo anterior ilustra por qué es una dicotomía falsa distinguir entre los llamados desastres naturales y los que se consideran responsabilidad humana. Los seres humanos son cada vez más responsables por los desastres climáticos, meteorológicos, industriales y relacionados con las guerras. Los seres humanos con poder son los más responsables de todos, no sólo por los desastres en sí mismos, sino por el impacto que tienen en los demás. 

No es coincidencia que los más empobrecidos y vulnerables seamos lo que tenemos mayor probabilidad de sufrir daños cuando se derrumba el túnel de la mina, colapsa una maquiladora, un campo se incendia o explota un yacimiento de petróleo. Podrá decirse que sólo la naturaleza produce terremotos. Pero eso se parece a cuando la Asociación Nacional del Rifle dice que sólo las personas provocan las balaceras que han sacudido nuestras escuelas y centros comerciales, y que las armas no tienen nada que ver con ellas. 

No hay en los tiempos recientes ningún evento más importante que la pandemia del COVID-19 por su capacidad de demostrar con fuerza la tenue línea entre un desastre que parece natural en su origen y la indiferencia o falta de cuidado en que nosotros, como humanos, enfrentamos ese desastre. Mientras el coronavirus cubría el globo, las decisiones humanas determinaron quién recibiría el peor golpe, en dónde se enfermaría y moriría más gente y cómo afectaría el daño derivado a las comunidades, negocios y el bienestar en general. Los países cuyos gobiernos dieron el paso para ofcer ayuda enfrentaron mejor la crisis que aquellos cuyos gobiernos no lo hicieron. La experiencia fue completamente diferente para una familia con recursos, que podía irse a otro lugar por un tiempo, que para aquellos  que vivían en viviendas atestadas, asilos de ancianos o prisiones. Aquellos con acceso a una atención médica eficiente tuvieron mayor posibilidad de sobrevivir que quienes no lograron conseguir hospital.

¿Quién permite que se construyan comunidades encima de fallas geológicas? Los desechos tóxicos nunca se depositan en vecindarios adinerados, sino donde juegan los niños pobres y sus familias beben agua. Las áreas residenciales que no pueden defenderse son invadidas por suelo contaminado. Incluso desastres "naturales" como los terremotos y los tornados afectan más a gente pobre que a aquella que tiene dinero para construir hogares bien hechos en lugares más seguros, o aquella cuyos hijos pueden asistir a escuelas con refugios adentro suyo.

Algunos desastres ocurren porque hay una combinación precisa de frío y calor, de viento y sequedad, corrientes de aire que chocan o una grieta que se derrumba. Otros pueden vincularse con mayor facilidad conla codicia humana: mineros que trabajan sin medidas de suguridad, pozos petroleros donde los gobernantes decidieron ignorar las alertas ante la inminencia de los problemas, fábricas a las que les faltan incluso las condiciones más elementales de seguridad. 

Decimos que algunas de estas tragedias son responsabilidad humana, y que las otras son naturales. ¿Pero cuál es la diferencia, cuando son los mismos quienes sufren el daño? 


Traducción de Rafael Mondragón Velázquez

[Tomado de Pensando pensamientos, Heredad, México, 2021.]

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