Tratado de las ninfas, sirenas, pigmeos y otros seres, de Teofrasto Paracelso

Teofrasto Paracelso
Prefacio del autor


Es mi deseo e intención hablaros ahora de cuatro especies de seres que pueblan el mundo espiritual. Estos seres son las ninfas, los silfos, los pigmeos y las salamandras. No obstante, no son los únicos, pues en realidad hay también gigantes y otros. Ninguna de estas poblaciones procede de la estirpe de Adán, sino que pertenecen a genealogías diferentes a la del hombre o del resto de animales y, no obstante, copulan con los hombres y generan seres. El motivo y la manera se estudiarán a continuación. 
La división de esta obra ofrece, en primer lugar, el estudio de la generación de estos seres, así como el estudio de su naturaleza. Seguidamente mostraré su modus vivendi. Hablaré en tercer lugar acerca de aquellos seres  que se vinculan con nosotros, los hombres, mediante manifestaciones, lo que nos llevará a la cuarta parte, que trata sobre las obras maravillosas que pueden llevar a cabo. Acabaré la exposición tratando sobre los gigantes, su principio y su fin. 
Ciertamente se han escrito a este respecto muchas obras, pero no citaré ni me basaré en ninguna de ellas, pues los filósofos que las escribieron, al no haber visto ni haberse creído las cosas sobre las que escribieron, no proporcionaron ninguna noticia nueva en este sentido, y creo que éste es un motivo más que suficiente para no hablar de tales obras. 
Es cierto que algunos de esos autores escribió acerca de los gigantes, aunque apenas dijeron nada; y que es un tema permitido, lo demuestra el hecho de que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo se relatan algunos episodios excelentes en los que Dios mismo se enfrenta a la lógica. 
Así pues, si la aceptación de que existen demonios y espíritus no es materia prohibida, tampoco será prohibida la investigación de su naturaleza; en consecuencia, es tarea grave estudiar los seres que Dios ha creado, y observar y aceptar que, indudablemente, suceden en nuestro mundo fenómenos imposibles de explicar lógicamente. 
Sé positivamente que el lector considerará absurda esta obra hasta que no llegue al sexto tratado. En él se muestra con gran sencillez el objetivo final de tales seres, y es sabida la necesidad de comprender las causas finales para poder concebir ciertas cosas. Es imprescindible mirar para poder ver. No obstante, también sé positivamente, que una vez que el lector haya leído dicho tratado, me agasajará y me elogiará por haber sido el primer escritor en haber profundizado en estos temas. Y una vez que haya acabado, releerá la obra con entusiasmo. 


Tratado I
Qué es espíritu, y qué alma



Ha quedado claro que hay dos generaciones, la de Adán, y la que no es de Adán. La primera, formada por la tierra, es completamente tangible y material, pero la segunda, al no estar formada de tierra, es invisible, espiritual y sutil. La naturaleza de la generación de Adán es doble. El hombre, por ser de la generación de Adán, es totalmente incapaz de atravesar una pared si no hay en ella alguna abertura. Por el contrario, los seres que provienen de la otra generación no tienen ningún problema para lograrlo, pues su vaporosidad les permite pasar a través de las más gruesas barreras sin causar en ellas estropicio alguno. Hay que añadir aquí una tercera generación, a saber, una naturaleza mixta que participa de la primera y de la segunda. 
Como se adivinará, los hombres pertenecemos a la primera. Aquí se entiende al hombre de carne y hueso, al hombre que se multiplica, que necesita comer y beber, así como evacuar o hablar. La segunda naturaleza es la del espíritu, incapaz de realizar este tipo de acciones por serle completamente inútiles. No obstante, se conoce que hay otra naturaleza: aquella que es sutil como el espíritu, pero que sin embargo se genera como lo hace el hombre, con idéntica figura e idénticas necesidades. En definitiva, posee una naturaleza mixta entre la primera y la segunda generación a pesar de no ser ninguna de ellas, puesto que vuelan -cosa que no hacen los hombres y sí los espíritus- pero también tienen las necesidades de los hombres, como comer, excretar y beber, y son de carne y hueso, como los hombres. 
Sabemos que el hombre posee un alma, pero no así los espíritus, que no necesitan de ella. Sin embargo, las criaturas de la tercera naturaleza, por no poseer alma, se asemejan a los espíritus, pero el hecho de ser mortales los diferencia de estos y los hace semejantes a los hombres. 
Algunos se preguntarán si estos seres mortales y carentes de alma son animales. La respuesta es no, no lo son. Es más, hablan y hacen cosas que ningún animal es capaz de hacer, por lo que se acercan más a la naturaleza del hombre que a la del animal. 
Por otra parte, sin ser hombres, son similar a estos en imagen. Un mono podría parecer semejante a un hombre por sus gestos, o un cerdo por su anatomía, sin que estos dejaran de ser nunca lo que son. Hay quienes dirían que son superiores a los hombres por su cualidad sutil y espiritual, pero la réplica obvia se encuentra en Cristo. éste nació y murió por la redención de los seres dotados de alma, i.e., la generación de Adán, de lo cual se colige que estas criaturas no han sido redimidas, ya que ni tienen alma, ni proceden de la generación de Adán. 
Es digan de admiración la tremenda variedad que Dios le ha concedido a su creación y en base a ello, aunque sea verdaderamente raro hallar estos seres, no por ello debe dudarse de su realidad. Yo mismo, pongamos por caso, tan sólo los he llegado a ver en una especie de alucinación. 
En todo caso, se sabe que no nos es posible indagar por completo la insondable sabiduría divina, por cuanto quedamos lejos de conocer todas las maravillas de la creación. Sabemos, empero, que estos seres que no se circunscriben a la generación de Adán custodian tesoros secretos que sólo son revelados en tiempos muy calculados, pero dejaré esto aquí, habida cuenta que lo trataré con más detenimiento en el tratado postrero. 
La reproducción de estos seres genera nuevos seres parecidos a los anteriores y, por tanto, semejantes a nosotros, pues son juiciosos, sabios, humildes, pueden ser excéntricos, en definidas cuentas, un poco como nosotros mismos. 
Si el hombre es una imagen distorsionada de Dios, ellos son una imagen distorsionada de los hombres. Pero así como Dios no permite al hombre que se iguale a Él, Dios no permite que esos seres asciendan en categoría, por cuanto no les es posible poseer alma, manteniéndose idénticos a como fueron al principio de la creación. 
A diferencia de nosotros, ni el fuego ni el agua les daña, aunque sí que están sometidos a la enfermedad y los padecimientos como lo están los humanos. También están azotados por la muerte y, igual que los animales, al morir sufren la putrefacción en su carne. Los hay pundonorosos, y los hay viles; unos son cándidos, y otros son libertinos; los hay mejores y los hay peores; en definitiva, son como los humanos, poseen sus hábitos, sus ademanes y su propio idioma. También se asemejan a los hombres en que son diversos en su aspecto físico, en que conviven bajo un único sistema legal reglado, trabajan con sus propias manos y tejen sus propias vestimentas, poseen gobernadores que imparten justicia con equidad y sabiduría, utilizando para todo ello el razonamiento lógico y formal. 
En verdad, para ser como hombres sólo les falta el alma, pero esta carencia les impide servir a Dios y actuar según su ley. Debido a este impedimento, sólo les queda actuar, en medida de lo posible, según la ética y un código honesto. Por lo tanto, si de toda la creación el hombre es el ser más cercano a Dios, estos seres son los más cercanos al hombre. 


Tratado II
Acerca de sus moradas naturales



Contamos cuatro moradas naturales para tales criaturas, a saber, una acuática, una aérea, otra terrestre, y la última ígnea. Los seres que habitan el agua son llamados Ninfas; los que se alojan en el aire, Silfos; los que ocupan la tierra, Duendes, o también Pigmeos; y los que moran en el fuego, Salamandras.
Sinceramente, no creo que tales nombres sean sus verdaderos apelativos, quiero decir los nombres con los que estos seres se denominan a sí mismos, sino más bien creo que se trata de nombres impuestos por algún humano que jamás los ha conocido. En todo caso, y habida cuenta que son los nombres con que comúnmente les conocemos, los utilizaré, aunque debe saberse que también han sido designados con otros nombres: los seres acuáticos también pueden ser llamados Ondinas, los aéreos Silvestres, los terrestres Gnomos, y los ígneos Vulcanos.
En realidad, poco importan sus nombres, lo que sí importa es saber que cada uno de ellos tiene una morada propia y distinta: así, por ejemplo, las ninfas no tienen trato con los pigmeos. En esto se descubre la grandeza de Dios, que en la creación no ha dejado ninguna yerma vacuidad.
Que hay cuatro elementos -aire, agua, tierra y fuego- es sobradamente conocido por todos. También es sabido que, así como los peces viven rodeados de agua, los hombres en el aire, y cada criatura se aloja en el elemento apropiado a su naturaleza. Cuando las ondinas, seres acuáticos, nos ven vivir en el aire, se asombran y admiran, como nosotros lo hacemos al verlas en el agua. Y así como nosotros penetramos el aire sin dificultad, los gnomos lo hacen con las rocas, y pasan a través de ellas sin problema alguno. esto sucede por la siguiente razón, a saber, porque así como nuestro caos es el aire, el suyo es la roca y la piedra.
Hay que entender que es una proporción inversa, de forma que a más densidad en el caos, más sutilidad en los seres que lo habitan, y a más sutilidad en el caos, mayor la densidad de los seres. De esta forma, los habitantes que moran en la piedra, los gnomos, siendo esta morada eminentemente densa, son de una gran sutileza. El hombre, que habita en una caos verdaderamente etéreo, es denso. Los Silvestres, que como nosotros viven en el aire, se extinguen si son llevados al agua, quedan aplastados si son conducidos a la tierra y, bajo el fuego, quedan consumidos. Dios no ha querido que su creación sea completamente comprensible para nosotros, pues de ser así, nos alejaríamos de Él y dejaríamos de tenerle a Él como modelo y referente. Así pues, no debe causarnos maravilla ni estupefacción nada de lo dicho.
A continuación trataremos de la nutrición de estos seres, pero para ello debemos sabre primero una cosa, a saber, que todo caos tiene un cielo arriba y una tierra debajo. El propio caos del hombre posee por encima un cielo, y una tierra debajo de sí, y los hombres reciben su sustento de este cielo y de esta tierra.
Hay también un cielo por encima y una tierra por debajo para los seres acuáticos, es decir, para los que poseen como caos el agua. Para la criaturas que habitan en la tierra, los gnomos, hay un cielo que es el agua, y su superficie inferior es la tierra, pues es sabido que el agua descansa sobre la tierra. Las criaturas que viven en el aire, los silfos, son muy parecidos a los hombres, y siguen el mismo modus vivendi, es decir, si nosotros bebemos agua para apagar la sed, estos seres poseen también un agua, aunque nosotros no la conoces y no nos es posible verla; no obstante, aunque invisible para nosotros, tienen su propia agua y su propia comida.
De igual forma que nosotros necesitamos vestirnos y cubrir nuestras partes vergonzantes, también ellos lo hacen, aunque a su manera, pues sus partes son diferentes; pues Dios ha dejado cubiertas las partes necesarias en los animales, pero no así en estos seres ni en los hombres, pues estamos dotados del arte y maestría para hacerlo nosotros mismos. También trabaja la lana, aunque sus ovejas son diferentes a las nuestras, y no podemos verlas, pues es potestad de Dios hacer estas cosas; éstas parecen en los elementos, en el fuego, en el agua o en la tierra.
También tienen sus soldados, sus jueces, eligen sus dirigentes como las abejas a su reina, o como lo hacen los animales, que también poseen sus guías. Asimismo tienen un régimen de vida similar al nuestro, por cuanto también duermen, descansan cuando lo necesitan, y están despiertos como los hombres; y gozan de un sol y de un cosmos.
Por lo que respecta al sol, o la luna, o las estrellas, los seres de la tierra, los gnomos, los contemplan a través de su térreo elemento; las ondinas, por su parte, ven al sol a través del agua; así también, las salamandras, siguen su curso, observan como da calor a su elemento, cómo se suceden las estaciones, el verano y el invierno, los días y las noches.
Las enfermedades que el cielo envía, como la peste, o la pleuresía, también les afecta y les somete, pues son hombres, mejor dicho, lo serán cuando llegue el día del juicio final, pues hasta entonces tendrán el rango de animales.
La imagen física de estos seres varía de unos a otros, así, las ondinas son bastante parecidas a los humanos, tanto un sexo como el otro; los Silvestres tienen un aspecto más denso, de mayor tamaño y robustez que nosotros; los más pequeños son los gnomos, que poseen una altura aproximada de unos dos palmos; las salamandras son delicadas y donairosas.
Las ninfas suelen estar en ríos y en sitios en los que los hombres limpian sus ropas y sus caballos. Los gnomos, por su parte, suelen habitar en las montañas, y por esta razón los hombres encuentran a menudo minas y galerías de un codo de diámetro. Es posible escuchar los gritos de las salamandras, y los ruidos de sus quehaceres en su elemento, en el interior del monte Etna. La morada de los silfos es la más evidente, pues incluso es posible verlos.
Llegado que sea el momento, añadiré otras cosas maravillosas acerca de estos seres, como su moneda, o algunas de sus costumbres, pero no ahora.


Tratado III
Motivo por el que se nos manifiestan estas criaturas



Nada hay en la creación que, a su debido tiempo, Dios no muestre al hombre. En ocasiones, Dios, para que no dude el hombre de su existencia, pone ante su presencia al diablo y a otros espíritus, e incluso a alguno de sus ángeles. En todo caso, la aparición de tales seres no tiene por objeto una alianza con nosotros, y no significa que se vayan a quedar, sino que su fin es que los conozcamos y los comprendamos.
Se podría argüir que tales manifestaciones tienen las ocasiones contadas, y es cierto, pero ¿por qué debiera ser de otra manera, si con que un sólo hombre viera un solo ángel debería bastar para que nadie más dudara de la existencia de los ángeles?
Las ninfas son criaturas visibles al hombre, y así lo ha permitido Dios para que no haya dudas acerca de su realidad. Y no sólo permite que algunos hombres vean estas criaturas, sino que además consiente que entre las susodichas y los hombres haya comercio carnal, e incluso que de tal comercio resulte descendencia. Algo parecido sucede con los pigmeos y con los silfos. Con los primeros, Dios no sólo permite que sean vistos, sino que incluso consiente que algunos hombres reciban de los pigmeos ganancias en oro y plata, y tolera que haya hombres que se desplacen con los silfos. Las ninfas se aparecen ante los hombres de una forma distinta a como lo hacen los humanos, al igual que un hombre no es visto de igual manera por dos personas diferentes; esto sucede por la diferencia de medio en el que no movemos, cosa la cual hace que también los juicios sean diferentes, así como las ideas en general.
Las ninfas y los pigmeos podrían llegarse a nuestro mundo y morar en él, incluso podrían convivir entre nosotros los hombres y establecer lazos afectivos, pero esta posibilidad ni siquiera se la plantean. Estos seres por su vaporosidad, son capaces de soportar la densidad de nuestro caos, pero no a la inversa, pues nuestra densidad no toleraría su medio.
Los hijos que -como ya hemos dicho- pueden tener los hombres y las ninfas, son de naturaleza humana, pues el padre -que sí pertenece a la generación adámica- les proporciona un alma, dotándolos de humanidad y eternidad. En mi opinión, cuando la hembra recibe en sí la semilla del hombre, le sucede como a la mujer cuando Jesucristo la rescata, es decir, que recibe el alma para ser salvada.
Es necesario ponernos en comunión con Dios a fin de poder alcanzar Su Reino. En el caso de este tipo de mujer, no alcanza el alma hasta que toma para sí la semilla del hombre, pues -como es sabido- lo superior siempre hace participe de su virtud a  lo inferior. Por todo lo dicho, tales seres buscan  nuestro amor, pues saben que de este modo alcanzarán un status superior ante la divinidad, al igual que hacen los paganos que reciben el bautismo, que buscan la redención de Cristo recibiendo un alma. Y su acercamiento a nosotros  se debe a la semejanza que guardan con nosotros que, por decir así, es similar a la semejanza que un perro salvaje guarda con un lobo.
Empero la relación carnal del hombre no se da con todos estos seres, sino que las ninfas son las más próximas, después los silfos. Los pigmeos, por su parte, asisten al hombre, pero no tienen esta clase de relación, pues tienen suficiente con prestarle su auxilio.
Los hombres son llevados a engaño respecto los pigmeos y las salamandras, pues, viéndolos como seres luminosos, los toman por espíritus. No caen en la cuenta de que a pesar de su naturaleza ígnea, también tienen carne y sangre, como nosotros. Igual que los espíritus, estas dos especies de criaturas poseen el conocimiento del pasado, del presente y del futuro, y tienen el poder de revelar al hombre cosas que se encuentran ocultas. Como queda dicho, utilizan la lógica como hacen los hombres, no obstante, no poseen alma; por otro lado, detentan el conocimiento e intelecto que detentan los propios espíritus, salvo el que respecta a Dios.
Hay que decir que si bien las ninfas se acercan a nosotros y tienen comercio y alianza con los hombres, los silfos -que son más huraños- ni siquiera conocen nuestro lenguaje. Por su parte, las salamandras son unos seres retraídos y poco comunicativos. La esquivez de los silfos se debe, probablemente, a su extraordinaria timidez.
Los gnomos, por su parte, son las criaturas más pequeñas de las cuatro, por lo que con frecuencia cuando son vistas por los hombres, son confundidas con espíritus, ánimas ígneas, fuegos fatuos, o incluso fantasmas. Cuando se ven fuegos que sobrevuelan los campos yendo y viniendo, esos tales no son fuegos, sino gnomos.
Las salamandras, debido a su especial caos y medio, tienen muy poco comercio con los hombres, y tan sólo se aproximan a ancianas y hechiceras, pues su especial status las hace proclives a tener tratos con el diablo, por lo que es preferible evitarlas. Es del agrado del diablo infiltrarse en los cuerpos de las hembras de gnomos y silfos, pues así procrea fetos infames aquejados de dolencias incurables, como sífilis o lepra.
Caso de mantener relación con alguna ninfa o gnomo es preciso saber que no hay que molestarlos cerca de su hábitat, es decir, no hay que tratar de forzar a una ninfa si cerca hubiere algún río, o lavadero, o abrevadero; asimismo, cuidado con violentar a un gnomo si se encontrase cerca de una mina o un túnel; pues si pasare la primera o la segunda cosa, estos se esfumarían para no volver.
No obstante, sólo sucederán estas cosas si hubiere cerca el elemento que los aloja, de lo contrario, manteniéndolos a distancia, nada podrán hacer, y permanecerán junto al hombre con el que moran.
La fidelidad de los gnomos está asegurada siempre y cuando se cumplan las promesas y deseos que éstos demandan cuando se les ha llamado. Así, si nosotros cumplimos todos y cada uno de los puntos del pacto, ellos harán lo propio, concediéndonos plata con una sola condición: no le está permitido al hombre amontonar tesoros, sino que les ha de dar distribución equitativa. Estos seres poseen ingentes cantidades de plata que ellos mismos extraen y trabajan con sus propias manos, pero es necesario distribuirla con justicia.


Tratado IV



Os hemos adoctrinado sobre cómo estos seres se alían con los seres humanos, y cómo pueden engendrar por el trato carnal que con ellos tienen. También hemos explicado cómo pueden esfumarse si son maltratados cerca del elemento que conforma su medio. Resta ahora explicar que, si bien la criatura se esfuma, el pacto establecido sigue vigente, es decir, siguen unidos. Caso de que tal cosa sucediere, si la criatura se ahogare, el hombre a ella vinculado se ahogaría también, pues lo que a uno le sucede, también le sucede al otro. Ya hemos dicho que la criatura en cuestión , por el comercio con el hombre, adquiere un alma, y a diferencia de las mujeres humanas, que huyendo destruyen el pacto, el pacto entre esta criatura y el hombre no desaparece con la desaparición de la primera, sino que, lejos de lo que suelen creer los humanos, sigue en vigor.
Para acabar con tal ligazón, es necesario que ambas partes renuncien al vínculo que los mantiene unidos, pues de lo contrario, la criatura estará presente en el día del juicio final en virtud del alma que ha conseguido a través del hombre. Esta alma que ha alcanzado por el comercio de la carne hace de ella su mujer a todos los efectos, y por tanto, el hombre también debe renunciar a ella explícitamente. Si se diere el caso de que el hombre, tras la desaparición de esta criatura, tomare otra esposa sin el consentimiento de la primera -que como hemos dicho fue sus esposa a todos los efectos-, ella aparecería de nuevo para darle muerte en venganza.
Las ninfas engendran entre sí como lo hacen los hombres, pero la estirpe engendrada es verdaderamente monstruosa, a saber, las sirenas. Estos seres, más que moverse por el interior de las aguas, nadan sobre la superficie. Son seres horrendos que guardan un cierto parecido con las mujeres humanas. Así son también las criaturas que los hombres y las mujeres engendran con las ninfas. Pese a su fealdad, tienen especial virtud para cantar y tocar la flauta.
Por su parte, los ninfos también pueden tener comercio carnal con los gnomos, de donde procede otra estirpe monstruosa: los monacos. Estos seres poseen un aspecto que guardan gran parecido con los hombres, e incluso viven en su mismo medio. La generación de monstruos toca también las estrellas, cuya estirpe son los cometas, que tienen un curso independiente. De esta forma podéis apreciar las cosas verdaderamente maravillosas que Dios ha creado.


Tratado V
Gigantes y enanos



Finalmente, nos quedan por mostrar dos razas emparentadas también con las ninfas y los pigmeos, a saber, los gigantes y los enanos. Al igual que los seres anteriores, tampoco estos proceden de la generación adámica.
Muchos gigantes podemos encontrar en la historia, entre ellos -y como excepción- San Cristóbal. En efecto, este santo fue un gigante, pero no debe ser contado entre ellos, pues poseía naturaleza humana , y este rasgo no puede contarse entre los de los gigantes. Otros fueron Bernensis, Sigenotto, Hildebrando, Dietrico, y otros muchos. Cuanto hemos referido de los gigantes, debe ser tomado en cuenta también para los enanos, entre los que contamos, por ejemplo, a Laurino.
Sabemos -y a la par obviamos e ignoramos- que muchas son las personas que no dan crédito ni a gigantes ni a enanos. Estos dicen simplemente que los gigantes poseen una fuerza y estatura descomunal y desmesurada, razones por las cuales niegan su existencia y los consideran meras quimeras.
Gigantes y enanos provienen de los silfos y los pigmeos, así, de la misma forma que ya hemos mencionado sobre cómo las sirenas son engendradas por las ninfas, los gigantes son progenie de los silfos, y los enanos de los pigmeos. Naturalmente, son seres singulares y extravagantes, pero han sido vistos en demasiadas ocasiones como para dudar de su existencia y realidad. Según dicen quienes los han visto alguna ocasión -que son muchos- son extraordinariamente necios y de constitución robusta.
Diré a continuación todo aquello que puede y debe saberse acerca de su alma. El origen de estos seres es animal, y son monstruos, por cuanto ni tienen ni pueden tener alma. No obstante, viendo cómo actúan, cualquiera podría pensar que sí la poseen, pues se conducen mediante una buena conducta, y estiman la verdad por encima de todo. Actúan, en definitiva,  como lo hacen los monos respecto al hombre, imitando sus gestos y su forma de actuar y moverse, razón por la cual puede dar el efecto de que poseen alma, cuando queda demostrado que no la poseen en absoluto.
Todo es posible para Dios, y la creación es tal y como Él quiso que fuese, por cuanto si tales seres no poseen alma es porque Dios decidió que así fuera; y si hubiese querido que, al igual que las ninfas cuando tienen comercio carnal con el hombre, la pudieran recibir, así lo hubiera hecho. Aunque poseen un buen hacer, y a pesar de su alta estimación por la verdad, Dios no quiso que poseyeran alma, lo que significa que tampoco participan de la redención. Los gigantes y los enanos poseen la misma sabiduría que pueden poseer los animales, es decir, que son carentes de fe. En mi opinión, Dios lo quiso así para no crear una raza tan similar a la de los hombres.
Las ninfas poseen una estatura mucho mayor que la de los pigmeos, y por tal motivo los gigantes -que como se ha dicho son progenie de las ninfas- son mucho mayores que los enanos -que nacen de los pigmeos, siendo estos mucho más pequeños.
Es característica propia de los gigantes y de los enanos no poder engendrar. Estos seres son capaces de mantener trato carnal con los humanos, e incluso pueden satisfacer a las mujeres de la estirpe académica, pero de ningún modo engendrar y transmitir su estirpe. Ni siquiera son capaces de engendrar su estirpe entre sí, es decir, manteniendo trato carnal entre la especie. Si copulan entre los hombres, el feto se formará de una doble naturaleza, pero teniendo por progenitores a un ser con alma y a otro sin alma, tomará la raza del hombre, y nunca la del gigante o enano. Por tanto queda claro que muere sin dejar sucesores tras de sí, pero no es motivo para maravillarse, pues tampoco los cometas engendran cometas, ni los terremotos procrean terremotos.


Tratado VI
Motivo por el cual Dios ha producido estas criaturas



Dios dotó a estos seres para que fuesen capaces de guardar y conservar la creación; así, los gnomos atesoran las riquezas de la tierra, i.e., metales y otros objetos preciosos, de forma que no salgan al exterior antes de su debido tiempo, pues tales tesoros -oro, plata, hierro, etc.- deben ser racionados a fin de que haya una distribución equitativa y no les llegue a unos pocos solamente. Así, su función es la de dosificar los bienes dispensándolos a su debido tiempo y a las personas adecuadas.
Cada cual guarda los tesoros de su propio medio, por lo que las salamandras guardan los tesoros de los territorios ígneos, los silfos los de las regiones aéreas, y las ondinas guardan los tesoros  que se hallan en las zonas acuáticas. No obstante, los tesoros se forman en las zonas ígneas, y son las salamandras las que tienen la encomiable tarea de distribuir al resto de regiones o medios.
Por su parte, también las diversas progenies de estas criaturas tienen su función propia. Las escintillas -que son los monstruos provenientes de las salamandras-, las sirenas, los gigantes, y los enanos tienen por tarea vaticinar los acontecimientos de importancia para los hombres, es decir, los grandes desastres como incendios, o ruinas de un reino. Cada uno de ellos, además, tiene su especial cargo, de forma que mientras que los gigantes vaticinan la caída y ruina de una nación, los enanos tienen la tarea de anunciar los periodos de hambruna, y las sirenas son las encargadas de presagiar la muerte de los grandes hombres del reino.
Nuestra capacidad no nos permite comprender la causa del universo, pero, a medida que las cosas van llegando a su fin, se van haciendo claras a nuestro intelecto, y se van manifestando a nuestra vista con mayor claridad, de forma que su entidad y provecho se nos van haciendo diáfanas y evidentes.
Llegará el día postrero, el fin de los tiempos, y entonces nada habrá oculto que no se haya manifestado; todo se conocerá y no habrá nada que quede sin comprensión. Todos y cada uno de nosotros recibirá lo que le corresponda según haya gastado su vida en relación con el amor a la verdad. Llegado que sea el momento, y nadie será médico ni doctor, se hará la criba, y el grano será separado del matojo, la paja del trigo. En ese momento, aquél que hoy grita, callará; quien esté contando el número de páginas que ha escrito, se hundirá irremediablemente por el peso del resto de la obra. Pero quien ahora intenta esclarecer las cosas, conocer, amar la verdad, en ese día será venturoso y dichoso. Llegado ese día, podréis comprobar que nada ha sido desvirtuado ni falseado por mí.


[Tomado de Tratado de las ninfas, sirenas, pigmeos y otros seres, Indigo, España, 2003]

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