El periodista: una especie de San Juan Bautista, entrevista de Eduardo Cruz Vázquez a Eduardo del Río, RIUS

Eduardo Cruz Vázquez
Con Luis Echeverría pasó in cosa muy curiosa, al yo tratar de averiguar a quién le debía el susto de mi secuestro. Fui a ver a un viejo periodista muy amigo mío, Francisco Martínez de la Vega, que era consejero de la Presidencia de Gustavo Díaz Ordaz y que además trabajaba conmigo en la revista Siempre! Le dije:
-Don Paco, por favor, ayúdeme a saber quién lo ordenó.
A la semana siguiente me citó en el sanatorio done iban a operar a su esposa. 
-Los culpables o los encargados de lo que te pasó -dijo- fueron Luis Echeverría y Marcelino García Barragán. 
Paradojas de la vida, el secretario de la Defensa era primo de mi mamá. Por supuesto, no había relación familiar. Ante la expectativa de que Luis Echeverría se convirtiera en presidente de la República, pensé: "¿Qué hago en este país?" Por fortuna había hecho una buena amistad con Fausto Zapata, quien se convirtió en secretario del nuevo mandatario. Busqué un encuentro con él y sin más le pregunté:
-¿A qué le tiro, si tu jefe ordenó mi secuestro? ¿Cómo voy a tener tranquilidad para mi labor?
-No creo que sea cierto -me contestó-. Le voy a comentar tu inquietud y vuelve en una semana. 
Cumplido el plazo, soltó:
-El licenciado te garantiza que podrás trabajar con toda libertad, pero que procures traernos lo que vayas a publicar.
y le dije:
-Sí, cómo no.
Cosas de la vida, en 1973 recibiría el Premio Nacional de Periodismo.
El secuestro tuvo diversas consecuencias sobre mi salud. El médico me informó entonces de afeccciones en el corazón. Sin mayores rodeos, me recomendó dejar la Ciudad de México. De no ser así, no hubiera vivido más de un año. Tomé mis cosas y me fui a radicar a Cuernavaca, y tiempo después me asenté de manera definitiva en este pueblo, Tepoztlán. Desde aquí he seguido haciendo mis cartones con la mejor actitud. 
Un primer intento por secuestrarme ocurrió el 9 de enero de 1969. Circulaba por avenida Patriotismo a eso del mediodía. Iba tan tranquilo a entregar mi historieta Los agachados a la Editorial Posada. De repente advertí que un coche se me cerraba, pero no le di importancia. Lo rebasé y al rato de nuevo el cerrón y por el otro lado se me metió un segundo automóvil. Fui orillándome a la banqueta. Descendió un hombre de uno de los carros y casi al vuelo trató de agarrar el volante y maniobrar. no lo logró. Pude haberlo matado prensándolo contra el poste. Al detenerse la marcha, se fueron sobre mí. A empellones me sacaron e intentaron meterme a uno de los carros. Como era de dos puertas, pude tomar impulso para zafarme. Corríun poquito y me reuní con la gente que ya se había arremolinado ante nosotros. Recuerdo a una viejita que gritó: "¡Cabrones, déjenlo en paz!" Pero los demás se quedaron ahí callados, viendo cómo trataban de someterme. Finalmente desistieron, agarraron sus coches y se fueron. En el forcejeo perdí un zapato. Todo asustado, agarré otra vez el carro y fui primero a una zapatería. Llegué a la editorial y les conté todo lo ocurrido. Me recomendaron no hacer ninguna denuncia. 
El 29 del mes los secuestradores se salieron con la suya.  Después de salir de mi casa, me puse a esperar un pesero para ir al Centro, sobre Calzada de Tlalpan. Tenía una cita con Rafael Ruiz Harrell, que iba a llevarme a un pleito con el transa-editor Octavio Colmenares, para rescatar la paternidad perdida sobre Los Supermachos. Estaba entretenido leyendo los encabezados en un puesto de periódicos, cuando de repente siento que me rodean cuatro o cinco agentes de la policía secreta o de la judicial, cuya facha era inconfundible.  Que tenía que acompañarlos para identificar a mis posibles secuestradores. Inmediatamente algo brinco dentro de mí, pues no había hecho la denuncia. Amparándose en un oficio que ni alcancé a leer, me echaron dentro de uno de los tres coches que traían, alegando que iríamos a al delegación. Al ir recorriendo diversos puntos de la ciudad, sin que nos aproximáramos al menos donde yo recordaba que existían las mentadas delegaciones, me resigné a lo peor. Cuando enfilaron por avenida Reforma pensé que seguramente pararíamos en el Campo Militar número 1. Pero no, pasaron de largo hasta entroncar con la carretera a Toluca. Durante el trayecto comentaron que yo era muy importante para ellos, porque me consideraban un líder destacado del movimiento estudiantil, que íbamos a Toluca porque ahí estaba detenido uno de los sospechosos del intento de secuestro que había sufrido días atrás. 
Eduardo del Río, Rius
También durante el camino, los dos tipos que me custodiaban me habían bolseado sin empacho, como de crónica policicaca. Tomaron todas mis pertenencias, incluido el dinero con que pagaría los servicios del abogado Ruiz Harrell. Llegamos al fin a un campo militar de Toluca. Me bajaron del auto y comenzaron a interrogarme. Que si mis ligas con las guerrillas de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez -a quienes no conocía-, que si yo les ayudaba con dinero. Que José Revueltas y yo éramos los autores intelectuales del movimiento estudiantil. Insistieron una y otra vez sobre mis supuestas actividades subversivas. Hasta inventaron que mis compañeros del Partido Comunista presos en Lecumberri me habían denunciado. Como no tenía vela en ninguno de los entierros a los que me invitaban, me concreté a decir que no a todo. Pasaron cinco o seis horas. Mis tripas rugían notoriamente. Me dieron de comer una torta de jamón con queso y un refresco Lulú (¿o fue Pascual sabor naranja?). Ya era vegetariano entonces.  Al caer la noche, el que parecía jefe ordenó irnos. La ruta me recordó el camino del Nevado de Toluca. Bonito paisaje. De pronto paró la caravana. En un Mustang rojo aguardaban militares vestidos de civil. Me metieron al Ford. El carro olía a marihuana. Ni siquiera me invitaron una fumada. Reinició el trayecto y en un campirano momento, atisbando cruces blancas en los árboles (o al menos eso me pareció ver), nos detuvimos. Advertí dos fosas abiertas.
-Te vamos a matar, hijo de la chingada.
Muy florido lenguaje usaron, adecuado a la escena. Una calma impresionante se apoderó de mí. La del que sabe que está perdido. 
-¿A qué debo el honor? -les espeté.
-Usted se ha metido demasiado con el señor presidente y con el ejército nacional, anda con chingaderas en revistas comunistas y no lo podemos tolerar -soltaron.
Y yo tan tranquilo. Mi actitud les hizo bajar el tono a sus amenazas. Remataron con lo siguiente:
-Es la última advertencia que le hacemos. siga con sus críticas y no sólo va a desaparecer usted. También su familia. 
Esos cabrones me subieron al carro, y al regresar al punto donde se habían quedado los judiciales, éstos aguardaban con pistola en mano. Al tomar nuevamente la carretera, les pregunté por qué tanta arma. Uno de ellos me respondió entre chistes que había aprendido en mis historietas:
-Si no lo hubieran devuelto vivo, habrían intentado matarnos para no tener testigos. En cada cruz que usted vio hay algún alborotador enterrado.
Entramos a la ciudad. Me botaron por el cine Chapultepec. Tuve que pedir un veinte a una señora para hablar a mi casa.
Resulta que, a esas horas, mi hermano y Guillermo Mendizábal, con quien al lado de otros caricaturistas editábamos La Garrapata, se acercaron al general Lázaro Cardenas. Nosotros guardábamos algún parentesco con el ex presidente. Le pidieron su intervención ante Gustavo Díaz Ordaz, a efecto de que abogara por mi vida y por que cesaran las hostilidades de que éramos objeto por la publicación que había nacido justamente a finales de 1968. A esa gestión atribuyo el no haber muerto. Ya no pude darle las gracias de manera personal al Tata, ya que el cáncer lo tenía aislado. Sin su ayuda, no estaríamos platicando en estos momentos. 
En la redacción de La Garrapata entramos en pánico. En un primer momento, para la publicación de los siguientes números no sabíamos qué actitud tomar. Tras una reunión de la dirección colectiva que formábamos, decidimos seguir siendo fieles a nuestros propósitos. 
Pensamos que si de todos modos el gobierno nos tenía en capilla, pues al menos que el riesgo valiera la pena. Vivimos jornadas terribles, todos con la idea de que en cualquier instante a alguno le iba a tocar la de malas. Por fortuna, no tuvimos mayores consecuencias. 
Mi larga militancia de izquierda favoreció la simpatía y adhesión al movimiento estudiantil desde sus comienzos. Pero también es cierto que tuve poca oportunidad de participar activamente en las manifestaciones y reuniones a las que se me convocaba. Desde 1966, , mis empeños por la producción de la historieta Los Supermachos absorbieron mi tiempo, además de las colaboraciones con otros periódicos y revistas como Siempre! No tenía descanso y por ello no pude acompañarlos como hubiera deseado. También debo confesar que, al estar tan durísima la represión, temía por mi integridad. Por eso cuando Roberto Escudero, que era uno de los líderes se acercó junto con su grupo para pedirme que elaborara algunos materiales, les rogué que mejor dispusieran de las caricaturas que eran de conocimiento público, que las adaptaran a sus intereses. Como me la pasaba metido en el estudio, me resultaba difícil juzgar a cabalidad todo lo que vivimos en ese año. Sin embargo, estoy seguro de que fue un movimiento muy sano. Su autenticidad le acarreó tantos oportunistas en sus filas como provocadores por parte del gobierno.
Guardo especial afecto por una caricatura que, estimo, fue la que detonó la persecución por parte del gobierno.  De hecho, creo que fue la última que dibujé sobre el 68. La hice después del 2 de octubre  y se distribuyó durante los Juegos Olímpicos. En ella aparece el presidente Gustavo Díaz Ordaz con un sombrero de militar, con un escudo que tiene un cráneo cruzado por dos huesos. Hincado ante el cadáver de un estudiante, con un letrero que dice "Tlatelolco" a un lado, y con un rifle en la mano derecha cuya bayoneta apunta al corazón, comenta: "Las armas nacionales se han cubierto de gloria".
Durante los meses previos ala noche de Tlatelolco trabajé más o menos con cierta normalidad. Sabía que los teléfonos estaban intervenidos y que por lo mismo no podía hablar con libertad. Ocurrieron episodios curiosos, como cuando mandaron a mi casa a unos provocadores disfrazados de estudiantes para que mee convencieran de encabezar un movimiento subversivo de guerrillas. Otro fue la tarde del 2 de octubre, cuando el editor Guillermo Mendizábal y yo estábamos invitados a la tribuna por el Consejo Nacional de Huelga. A Memo se le olvidó o no quiso decírmelo. Como a las diez de la noche me habló lleno de angustia.
-Oye, nos acabamos de salvar de que nos mataran o que nos metieran al bote, pues se supone que debimos asistir al mitin, y quizá ya sabes que el Ejército intervino la Plaza de las Tres Culturas.
Esto se me ha quedado grabadísimo. Otro detalle que recuerdo es que, como mi cuñado vivía en uno de los edificios de Tlatelolco, también por la noche me habló envuelto en pánico, que la balacera estaba durísima, que tenía miedo de morir. Le dije:
-Pues escóndete en el lugar más seguro de tu departamento.
Les cuento un episodio más: a los pocos días del 2 de octubre había convenido con Elenita Poniatowska una  entrevista. Como estaba toda deshecha por lo ocurrido, me ofrecí a escribir un testimonio. Ya no supe qué pasó con ese texto que escribí.
A raíz de todo este desmadre fue que nos reunimos, patrocinados por Guillermo Mendizábal, un grupo de caricaturistas que ya habían trabajado conmigo en El Mitote Ilustrado, un suplemento que hacía para la revista Sucesos. Ahí estaban entre otros, Rogelio Naranjo, Helio Flores, EMilio abdalá y Checo Valdez. Así nació a finales de 1968 La Garrapata, una expresión de pleno apoyo al movimiento estudiantil, una manera de manifestar nuestro encabronamiento en contra del gobierno y del Ejército. Creo que al lado de El Chamuco han sido las revistas más bravas que hemos tenido. Mi impresión a cuarenta años del 68, es que todos los medios de comunicación están agachados, sirviendo al gobierno. Señalé ya excepciones como Siempre!, Por qué? y Los Agachados. Excélsior era el que se salvaba un poquito. En cuanto a El Día, podrán decir misa por su etapa de izquierda; fue de los peores, lo considerábamos como el órgano del PRI. La radio y la televisión, igualmente serviles. Por salud mental, a éstos ni los escuchaba ni los veía. Sólo me reunía con los periodistas que militaban en el Partido Comunista. Casi toda la célula en la que militaba fueron presos políticos y los iba a visitar a la cárcel de Lecumberri.
No soy analista de los medios de comunicación. sólo puedo referir algunas circunstancias de la prensa. Me queda claro lo que significó el golpe a Excélsior, la importancia de periódicos como unomásuno y La Jornada, y de la revista Proceso, como signos de los tiempos. Creo que los periodistas han tratad de realizar un un quehacer informativo distinto, pero tengo al percepción de que, al final de cuentas, una gran mayoría de los medios han servido y son cómplices del gobierno, recibiendo a cambio apoyo para su sostenimiento económico. No sé si haya grandes diferencias entre las formas de conducción que tuvieron los priístas cuando estuvieron en la Presidencia, a la de ahora en que están los del PAN. Siento que en México hay una libertad de prensa que no toman en cuenta los gobernantes. Si todo lo que, bien o mal, se ha podido denunciar en los medios al paso de los años realmente hubiera tenido peso, cuántos personajes tendrían que haber caído, cuántas situaciones tendrían que haber cambiado. La táctica por parte del gobierno es dejar que sigan atacando y no hacer caso. El periodista se ha vuelto una especie de San Juan Bautista, pegando gritos en el desierto. Podemos decir que hay un chorro de libertad de expresión, que nos dejan decir cuanto queremos, pero no son tomadas en cuenta las denuncias o señalamientos, lo cual revela un actitud verdaderamente cínica de los gobernantes.
Los noticieros de televisión son los que me nos se han abierto a  hacer un periodismo crítico. La TV sigue siendo la gran controladora. Acaso viene a mi memoria un programa de Canal Once. La pantalla chica está totalmente en contra del pueblo y de los movimientos de izquierda. En la tele son buenos para divertir a la gente y malos para informar a la sociedad. Sin duda, con el gobierno de Vicente Fox se acentuó la preponderancia de los grupos empresariales en los medios, favoreciendo consorcios poderosísimos económica y políticamente. Pero yo soy muy malo para estos análisis de los medios. Además, a Tepoztlán no llegan muchos canales de televisión o señales de radio como para andar de criticón. No me gusta seguir la vida política, es más, me da asco.
Siento que ha mejorado muchísimo la caricatura en México. Estamos viendo una de las épocas más doradas. Lo atribuyo en parte a que ahora el caricaturista no es como el de antes. Cuando empecé, los grandes caricaturistas eran gente que vivía en la bohemia, formados en la práctica diaria, atados a los rigores buenos o malos de los periódicos. hoy casi todos han pasado por las universidades, muchos militan políticamente, son profesionales que leen mucho, que se preparan, que tienen escenarios más amplios para su quehacer. Por supuesto no deja de extrañar que sea un oficio prácticamente masculino. El asunto de la falta de mujeres en estas tareas lo hemos discutido mucho. Quizá sea debido a la diferencia de humor con respecto al hombre. Son más amables, no tan fieras como nosotros. Es un proceso muy lento. Resulta paradójica esta situación cuando en la prensa, la radio y la televisión tenemos tantas mujeres ejerciendo y muchas de ellas con enorme liderazgo. Espero que poco a poco vayan surgiendo.
He procurado como norma de vida no acercarme al poder, vivir así, alejadito, lo más distante que puedo de quienes lo detentan, porque el poder corrompe, eso no tiene vuelta de hoja. No puedo negar que hubo un momento en que me interesó mucho la política, pero he visto que el país no mejora, que uno perdió el tiempo miserablemente dedicando sus esfuerzos a gente como los priístas, como Vicente Fox y Felipe Calderón, a todos estos pillos disfrazados de monaguillos que nos gobiernan ahora. Mi trabajo siempre he preferido dirigirlo al lector, no a los políticos. Casi nunca he hecho caricaturas en contra de los presidentes o de los secretarios de Estado, porque sé que no sirve para nada. Lo mío ha sido tratar de politizar a la gente, crearle conciencia de las cosas, y lo que he logrado siento que es aún muy poco.


Me precio de ser un ciudadano enterado desde muy joven. Creo que se lo debo muchísimo al haber trabajado en principio en la funeraria Gayosso que se ubicaba a espaldas del Palacio de Bellas Artes. Muy cerca había una librería que se volvió la más famosa entre la gente de literatura y los intelectuales. los dueños eran unos refugiados españoles de apellido Duarte. Se llamaba así, Librería Duarte. Uno de los hijos, de nombre Polo, se esmeró siempre en atraer a personajes como Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Juan Rulfo y José de la Colina, entre muchos otros. Polo me proveía de libros, pues tenía mucho tiempo libre en la funeraria, a la que considero realmente mi universidad. Ahí empecé a leer sobre todo marxismo, pensamiento que, digan lo que digan ahora, a mí me sirvió mcuhísimo, me abrió una serie de puertas y de ventanas para conocer la realidad.
A mi mamá le decía que y era el gerente de comunicaciones, pero en realidad era el pinche telefonista, el que atendía el conmutador y además el encargado de las ambulancias para enfermos no contagiosos. Claro, tuve otros empleos, como lavar vasos en una cantina, tras una estancia en el Seminario. Luego fui encuadernador, después trabajé en una imprenta y también me desempeñé como burócrata en la Secretaría de Comercio. Pero fue en la Gayosso en donde empecé a hacer caricaturas. Ahí se dio una casualidad muy rara. A veces los clientes me pedían realizar una llamada telefónica. Un día llegó un señor y mientras hablaba, yo continué dibujando unos monitos. Al colgar, el tipo me dio su tarjeta: Fancisco Patiño, director de la revista Ja-Já. Y dijo que si algún día se me ocurría un chiste lo publicaría. A la semana lo visité con un montón de chistes mudos. Así comencé mi carrera.
Tiempo después supe que Abel Quezada había dejado Ovaciones para irse a Últimas Noticias, de Excélsior. Y se me hizo fácil ir a verlo para que me recomendara quedarme en su lugar. No dudó en hacerlo. De un momento a otro me vi haciendo cartones políticos. De esa etapa, recuerdo las lecturas de Renato Leduc, que era casi el único periodista enjundioso. También rememoro las publicaciones sindicales, las del Partido Comunista. Sin querer me fui volviendo de izquierda. Para cuando irrumpió el movimiento de los ferrocarrileros, con Demetrio Valejo a la cabeza, mi identificación con esas causas no estaba en discusión. A raíz de la Revolución cubana y de mis viajes a la isla y a la Unión soviética, pues ya de plano le entré a la militancia.

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Hizo de la funeraria Gayosso su universidad, y su obra como caricaturista ha marcado la historia del país. Originario de Zamora, Michoacán, se inició en la revista Ja-Já en la década de los cincuenta. Creo las historietas Los Supermachos y Los Agachados. Autor de "librocómics", entre sus títulos destacan Lenin para principiantes, El manual del perfecto ateo, Hitler para masoquistas, Quetzalcóatl no era del PRI. Ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nacional de Periodismo (1959, 1973 y 1985).

[Tomado de  1968-2008. Los silencios de la democracia, Editorial Planeta, México, 2008]

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