El comisario Maigret y su creador, Georges Simenon

Georges Simenon
Georges Simenon habla del comisario Maigret

Maigret tien entre 45 y 50 años. Nació en un castillo, en el centro de Francia, en el cual su padre ocupaba el cargo de administrador. Es, pues, de origen campesino, robusto y fornido, pero posee cierta educación; en Francia, algo así como a medio camino hacia la burguesía. Fue monaguillo en la parroquia de su pueblo. 
De joven quiso ser médico. No por amor a la medicina, sino porque soñaba, sin decírselo a nadie, con una especie de profesión inexistente: la de "remendador de destinos". Le parecía que muchos individuos no llegaban hasta el final de su verdadero destino por no comprenderse a sí mismo. Le habría gustado comprender a todos los hombres y ayudarse a hacerse a sí mismos. En su adolescencia, le parecía que la medicina era la profesión que más se acercaba a este sueño.
La muerte de su padre le impidió continuar sus estudios. Descubrió entonces que la policía criminal permite ocuparse a los hombres de una manera bastante afín a sus deseos juveniles. entró, pues, como secretario a una comisaría de París. Recorrió todos los servicios policiales (como se hacía entonces, cuando las oposiciones tenían menos importancia que la práctica): la brigada de calles, la de estaciones de ferrocarril, grandes almacenes, narcóticos, etcétera.
Finalmente, accedió a la brigada de homicidios y se convirtió en Maigret.
Su vida privada es muy tranquila. Tiene una esposa dulce, rolliza, tierna y sencilla, que lo llama respetuosamente Maigret (de modo que todo el mundo terminó por olvidar su ridículo nombre, Jules). Ella mantiene su hogar minuciosamente limpio, le prepara suculentos guisos, le cuida las heridas, jamás se impacienta cuando él pasa muchos días fuera de casa, soporta con indulgencia sus altibajos. Le horrorizan los cambios y vive desde hace veinte años en el mismo piso, en un barrio ni rico ni pobre, de modestos trabajadores.
Maigret es bastante grueso, plácido, fuma en pipa con cortas y golosas bocanadas, le gusta comer bien, y también beber: a veces cerveza, a veces tragos cortos de buenos aguardientes. Le gusta deambular por las calles y sentarse en la terraza de algún café.
Un caso criminal nunca es para él un caso más o menos científico, un problema abstracto. Es tan sólo un caso humano.
Le gusta husmear el rastro dejado por un hombre como un perro de caza olfatea un a pista. Quiere comprender. Se mete en la piel de sus personajes, de quienes, poco antes de verlos por primera vez, lo desconoce todo, y cuando hay un crimen, necesita averiguar hasta los más pequeños detalles. Otorga mucha importancia al ambiente en el que viven. Cree firmemente que determinado gesto no habría sido el mismo en un ambiente distinto, que un carácter evolucionaría de otra manera en cualquier otro barrio.
Es lento, pesado, paciente. Espera el déclic. El déclic, al que se refieren con afectuosa y respetuosa ironía a sus colegas, es el momento en que Maigret, empapado de un ambiente y de los personajes a los que acaba de seguir paso a paso durante horas, días y semanas, consigue por fin pensar y sentir como ellos.
No hay nada aparatoso en su comportamiento. Presta escasa importancia —sin rechazarlos del todo— a los métodos científicos. A menudo se pega obstinadamente a un culpable y le impone sin respiro su presencia, pues sabe que así terminará por "minar" los nervios de su adversario y provocar en él o bien una confesión, o bien una torpeza reveladora.
En los momentos más dramáticos, algo así como un soplo de humor que proviene muchas veces de la más absoluta y anticonformista sencillez con la que mira a personas y cosas.
Se sirve de los inspectores de su brigada, pero siempre prefiere acudir él, en persona, al lugar indicado, seguir él mismo los rastros, hacer vigilancias y diligencias que muchos considerarían incompatibles con su cargo. Quiere husmear a las personas y los lugares por sí mismo, hurgar por todas partes; aunque en ocasiones se siente descorazonado, nunca pierde la paciencia, y muchas veces se le podría creer borracho o dormido precisamente en el momento que está más despierto.
Odia la maldad deliberada, odia a los hombres que impregnan el mal de sangre fría, y se muestra feroz con la hipocresía. Por el contrario es indulgente para con las faltas que son fruto de las debilidades de la naturaleza humana. Un joven o una joven que van por mal camino le inspiran no sólo piedad, sino irritación contra su suerte o contra la organización social que está en el origen de esa mala orientación.
A veces incluso olvida que es un instrumento de la ley y ayuda a determinados culpables a escapar a un castigo que considera exagerado.
Cuando puede, intenta, como en sus sueños juveniles, remendar los destinos. Lo cual le crea frecuentemente conflictos con sus superiores y sobre todo con los magistrados, que juzgan a los hombres tan sólo a la luz de los textos de las leyes.
Por eso sin duda los culpables lo consideran muchas veces algo así como su confesor, sienten por él auténtico afecto... y algunos condenados le piden que asista a sus ejecuciones para ayudarles a morir con dignidad.

(Breve descripción de Maigret redactada por Georges Simenon hacia 1953, dirigida a un productor cinematográfico)

Jean Gabin como el comisario Jules Maigret
Maigret habla de Georges Simenon (alias Georges Sim)

De Las memorias de Maigret (1950)

[Un día, el jefe del comisario Maigret le presenta a un joven periodista, Georges Sim]

Para sus novelas, el señor Sim necesita conocer el funcionamiento de la Policía Judicial. Como acaba de exponerme, buena parte de los dramas humanos se resuelven en esta casa. Me ha explicado que no son tanto los mecanismo de la policía lo que desea que le enseñen, porque ha tenido ocasión de documentarse en otra parte, sino más bien el ambiente en que se desarrollan las operaciones.
Yo miraba sólo de vez en cuando y de reojo al joven, que debía tener unos veinticuatro años, que era delgado, con el pelo casi tan largo como el de mi jefe, y del que lo menos que puedo decir es que no parecía dudar de nada —y desde luego, no de sí mismo.

[De modo que Maigret que aceptar la compañía del tal Sim, quien durante cierto tiempo irá con él a todas partes, y lo lleva a su despacho. Para empezar, le propone visitarla prisión preventiva]

Ya visité la prisión ayer por la noche.
No tomaba notas. No llevaba ni bloc ni estilográfica. Permaneció varios minutos en la sala de espera acristalada donde, en marcos negros, están expuestas las fotografías de los miembros de la policía caídos en acto de servicio. (...)
Mi invitado miraba mis pipas, mis ceniceros, el reloj de mármol negro encima de la chimenea, el pequeño lavamanos de esmalte detrás de la puerta, la toalla, que huele siempre a perro mojado.
No me hacía ninguna pregunta técnica. Los expedientes no parecían interesarle en absoluto.
—Por esta escalera llegamos al laboratorio.
También allí contempló el techo parcialmente acristalado, las paredes, el suelo,el maniquí que se utiliza para determinadas reconstrucciones, pero no se interesó por el laboratorio propiamente dicho, con sus complicados aparatos, ni por el trabajo que en él se realiza.

[De pronto Georges Sim pregunta a Maigret —quien, según reconoce él mismo, lee muy poco— si ha leído a un Hans Gross, juez de instrucción austríaco]

Mi invitado, en cambio, había leído sus dos gruesos tomos. Lo había leído todo. Cantidades de libros cuya existencia yo ignoraba y cuyos títulos me citaba con aire despreocupado. (...)
Empezaba a impacientarme. Parecía que había estado dándome la lata tan sólo para examinar paredes, techos, suelos, para mirarnos a todos como si hiciera un inventario.

[De pronto, en el despacho de Maigret, Sim descubre una afinidad con el comisario]

Vaya, veo que usted también es fumador de pipa. Me gustan los fumadores de pipa
Esparcidas encima de la mesa, había, como siempre, una docena de pipas, y las examinó como un entendido.
—¿Qué caso tiene usted ahora entre manos?

[Y Maigret le explica que se ha topado por primera vez con una nueva técnica empleada por los delincuentes]

No —contestó Sim—, ya se utilizó hace ocho años en Nueva York, delante de una tienda de la Octava Avenida.
Aunque se lo veía satisfecho de sí mismo, no puedo decir que fanfarroneara. Fumaba su pipa seriamente, como para parecer diez años mayor, como para ponerse en el mismo plano que el hombre maduro que por entonces era yo.
—Le diré, señor comisario, que los profesionales no me interesan. Su psicología no plantea problemas. Es gente que cumple con su tarea y basta.
—¿Quiénes le interesan, pues?
—Los demás. Los que son como usted y como yo y que, un día, terminan por matar sin estar preparados para ello.
—Hay muy pocos casos así.
—Lo sé.
—Con excepción de los crímenes pasionales...
—Tampoco los crímenes pasionales son interesantes.
Eso es casi todo lo que aflora a mi recuerdo de aquel encuentro.

[Poco tiempo después, Maigret se encuentra encima de su mesa el ejemplar de un libro titulado La joven de las perlas, cuyo autor era Georges Sim. Maigret que lee poco "y nunca novelas populares", no la lee. Pero por sus compañeros se entera que el protagonista de esa novela es un tal comisario Maigret... Pocos días después, su jefe, Guichard, le llama a su despacho. Allí está Georges Sim]

El amigo Sim estaba allí sin mostrar la más mínima incomodidad. Más bien parecía hallarse a sus anchas, y llevaba en la boca la pipa más grande que jamás le había visto. (...)
—Pues bien —dijo Guichard—, nuestro amigo Sim se propone escribir una serie de novelas en la que la policía aparecerá tal como es de verdad.
Hice una mueca que no se le escapó al jefe.
—Más o menos como es de verdad —corrigió—. ¿Me sigue? Su libro es sólo un esbozo de lo que pretende hacer.
—Ha utilizado mi nombre —protesté.
Creí que el joven iba a mostrarse confuso, que iba a pedir excusas. En absoluto.
—Espero que no le haya afectado, señor comisario. Es más fuerte que yo. Cuando he imaginado a un personaje con un nombre determinado, me es imposible cambiarlo. Intenté en vano combinar todas las sílabas imaginables para reemplazar la de su nombre, Maigret. Al final renuncié. habría dejado de ser mi personaje.
Dijo "mi personaje" tranquilamente, y lo peor es que no me inmuté, tal vez por culpa de Xavier Guichard y de la mirada burbujeante de malicia que tenía clavada en mí. (...)
Ya lo dije al principio: Sim no dudaba de nada. Creo que en eso radicaba su fuerza. (...)
—Me resulta difícil construir un personaje si no sé cómo se comporta en todos los momentos del día. por ejemplo, no podría hablar de millonarios si nunca los hubiera visto en batín, tomándose un huevo pasado por agua.
Esto ocurrió hace ya mucho tiempo, y e pregunto ahora por qué misteriosa razón escuchábamos todo aquello sin soltar una carcajada.
—De modo que usted querría...
—...conocerle más, ver cómo vive y trabaja.
(...) Por la mañana, volví a ver al joven Sim entrar en mi despacho, como si se hubiera convertido en uno de mis inspectores, decirme amablemente: "No se moleste...", e ir a sentarse en un rincón.
Seguía sin tomar notas. no hacía preguntas. Más bien tenía tendencia a afirmar. Me explicó más tarde —lo cual no significa que yo haya dado crédito a lo que me dijo— que las reacciones de alguien ante una afirmación son más reveladoras que sus respuestas a una pregunta precisa.

[Cierto día Maigret le invita a ir a su casa y le presenta a su mujer. Pero, de pronto, cesaron las visitas de Sim al despacho]

Se me hacía raro no verlo en su rincón, levantándose cuando yo me levantaba, siguiéndome cuando yo me iba, pisándome los talones por los distintos despachos.

[Una mañana Maigret recibe una invitación de Sim para asistir a una fiesta en su barco, el Ostrogroth]

No fui. Supe por la policía del barrio que durante tres días y tres noches una pandilla de energúmenos había armado un gran alboroto a bordo de un barco amarrado en el Sena, en pleno París, y en galanado de empavesadas.
Un día, al cruzar el Pont-Neuf, vi el barco en cuestión y, al pie del mástil, a alguien que escribía a máquina, con un gorro de capitán de navío en la cabeza.

[Un año después, Maigret recibe otra invitación de Georges Sim, ya convertido en Simenon, esta vez para un baile con ocasión de la presentación de sus novelas policiacas]

No hice mucho caso. No fui al baile y al día siguiente me enteré de que el perfecto de policía había acudido.
Lo supe por los periódicos. Los mismos periódicos que me informaron, en primera plana, de que el comisario Maigret acababa de irrumpir brillantemente en la literatura policíaca.

[Salen los primeros volúmenes de lo que la gente ya conoce como los "primeros maigret": Pietr el Letón, el difunto filántropo y El ahorcado de la iglesia]

Y volví a ver a Simenon entrando en mi despacho al día siguiente, satisfecho de sí mismo, con más aplomo aún, si cabe, que antes, aunque con una sombra de inquietud en la mirada. (...)
no recuerdo todo su discurso, pero sí la frase esencial, que me repitió varias veces a partir de entonces, en un tono de satisfacción que rozaba el sadismo:
—La verdad nunca parece verdadera. no me refiero sólo a la literatura y la pintura. tampoco le citaré el caso de las columnas dóricas, cuyas líneas nos parecen rigurosamente perpendiculares, pero que dan esa impresión únicamente porque son ligeramente curvas. Si fueran rectas, nuestros ojos las verían con éntasis. —En aquel tiempo, aún le gustaba hacer gala de su erudición—. Cuéntele a alguien cualquier historia. Si no la arregla un poco, la encontrará inverosímil, artificial. Arréglela y parecerá más verdadera que la verdad. —Lanzaba estas palabras como si se tratara de un descubrimiento sensacional—. Hacer que sea más verdadero que la verdad, todo consiste en eso. Pues bien, yo le he hecho a usted más verdadero que la verdad.
Me quedé mudo. El pobre comisario que yo era, el comisario "menos verdadero que el de verdad", no encontró respuesta alguna.

[El caso es que, a medida que pasaron los años, Maigret fue cambiando,no sólo en su manera de ser, sino también en su manera de vestir, y adaptándose a la imagen que le fue confiriendo Georges Simenon]

Por cierto, Simenon tiene ahora más o menos la edad que yo tenía cuando nos encontramos por primera vez. En aquella época, él tendía a considerarme un hombre maduro e incluso, en el fondo, un hombre viejo.
nunca le he preguntado qué piensa ahora de ello, pero cierto día no pude evitar hacerle la siguiente observación:
—¿Sabe que, con los años, se ha puesto usted a caminar, a fumar en pipa e incluso a hablar como su Maigret?
Lo cual, además de ser cierto, me brinda —me lo concederán ustedes— una sabrosa venganza.
¡Es un poco como si, en la edad tardía, él empezara a "creerse que es yo"!

[Tomado de "El hombre en la calle", España, Tusquets Editores, 1994]

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