Para el gato, de Robert Walser

Robert Walser

Escribo la pieza en prosa que parece querer nacer aquí, en la traqnuila medianoche, y la escribo para el gato, quiero decir para el uso cotidiano.

El gato es una especie de fábrica o establecimiento industrial para la que los escritores trabajan o entregan con fidelidad y aplicación todos los días, o incluso cada hora. Es mejor entregar que organizar durante la entrega cotilleos o discusiones chismosas e inútiles y sobre la utilidad. Aquí y allá hasta los poetas componen versos para el gato, diciéndose que consideran más juicioso hacer algo que no hacerlo. Quien hace algo para el gato, para ese concepto de comercialidad, lo hace por sus ojos enigmáticos. Conocemos al gato y no lo conocemos; duerme y dormido ronronea de satisfacción; quien intente explicárselo a  se encuentra ante una pregunta inexcrutable. A pesar de que, como es sabido, el gato constituye una suerte de peligro para la cultura, parece que no se puede existir sin él, pues es el propio tiempo en el que vivimos, para el que trabajamos, que nos da trabajo, los bancos, los restaurantes, las editoriales, los colegios, la inmensidad del comercio, la magnitud colosal de la fabricación de mercancías, todo eso y más aún, caso de que yo quisiera enumerar lo que podría entrar en consideración. Lo que yo consideraría superfluo es el gato, el gato. El gato es para mí no sólo lo que sirve para la empresa, lo que tiene cualquier valor para la maquinaria de la civilización, sino que es, como ya he dicho, la propia empresa, y sólo podría arrogarse eventualmente no estar destinado al gato aquello que ostenta el denominado valor de eternidad, como por ejemplo las obras maestras del arte o los hechos que se elevan muy por encima del zumbido, gruñido, silbido, bramido cotidianos. Dicho de otra manera, lo aborrecido y lo predilecto que no se come o devora el gato, sin duda algo eminente, se podrá pensar que es duradero, que arriba de manera parecida a como lo haría un buque de carga o un barco de lujo al puerto de la lejana posteridad. En mi opinión mi colega Binggeli escribe a todas luces para el gato, a pesar de que sus escritos y poemas son muy pretenciosos. En relación con la gatunidad de su creación, en sí sin duda soberbia, Dingeläri, a quien pertenece por matrimonio una mujer de arrebatadora belleza, que banquetea y come estupendamente, que pasea a diario y mora en una vivienda situada en un emplazamiento romántico, se encuentra en un error manifiesto cuando opina que el gato no se interesa por él. Mientras el gato lo considere suyo, él se esforzará por pensar que lo cree inepto, lo que en modo alguno responde a la realidad de los hechos. 

Yo denomino gato al mundo contemporáneo; para la posteridad no me permito tener una designación familiar. 

A menudo el gato es malinterpretado, se le mira con desprecio y, si se le da algo, se acompaña esta ocupación con la apreciación en modo alguno bien empleada cuando se dice con orgullo: "Es para el gato", como si no hubiera trabajado todo el mundo desde siempre para él. 

Todo lo que se realiza lo recibe primero él; lo paladea con gusto, y sólo lo que pervive a pesar de él, lo que sigue influyendo, es inmortal. 


Traducción de Rosa Pilar Blanco


[Tomado de El pequeño zoológico, Siruela, España, 2017.]

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