Dos cuentos extraños de Lafcadio Hearn

Lafcadio Hearn

Muchos de los siguientes kwaidan, o cuentos extraños, han sido tomados de antiguos libros japoneses, como el Yaso-Kidan, el Bukkyo-Hyakkwa-Zensho, Kokon-Chomosu, el Tama-Sudare y el Hyaku-Monogatari. Algunas historias probablemente tienen origen chino, entre ellas, el notable "Sueño de Akinosuke". Pero el narrador japonés, en cada caso, supo reformarlos y transmutarlos de tal manera que se los apropió. Uno muy curioso, "Yuki-Onna", me lo contó un campesino llamado Nishitama-gori, en la provincia de Musashi, y decía que era una leyenda de su comarca natal. Ignoro si alguna vez fue escrito en japonés, pero las creencias extraordinarias que refleja en verdad existían en muchas partes de Japón, y en formas muy diversas y curiosas... El incidente de "Riki-Baka" fue una experiencia personal, y lo narro casi como ocurrió, cambiando tan solo un nombre familiar mencionado por el narrador japonés.

Lafcadio Hearn


Riki-Baka


Su nombre era Riki, que significa fuerza; pero la gente el llamaba Riki el Simplón o Riki el Tonto --.Riki-Baka--, porque había nacido en una niñez perpetua. Por la misma razón eran amables con él, incluso cuando prendió fuego a una casa cuando colocó un cerillo en un mosqutero, y paludió lleno de gozo la mirar las llamas. A los dieciséis años era un muchacho alto y fuerte; pero en su mente permanecía en la feliz edad de dos años, y por lo tanto seguía jugando con los niños pequeños. Los niños más grandes del vecindario, de entre cuatro y siete años, preferían no jugar con él, porque no era capaz de aprenderse sus canciones o sus juegos. Su juguete favorito era un palo de escoba que montaba como si fuera un caballo. Durante varias horas cabalgaría aquel palo de escoba, con u maravilloso estruendo de risas. 

Pero finalmente se volvió molesto por los ruidos que hacía, y tuve que pedirle que encontrara otro sitio para jugar. Se inclinó sumisamente, y entonces se marchó, arrastrando con tristeza su palo detrás de sí. Gentil en todo momento, y completamente inofensivo mientras no se le permitiera jugar con fuego, rara vez le daba a la gente motivos para quejarse. Su relación con la vida de nuestra calle era poco más que la que tenían los perros o las gallinas, y cuando finalmente desapareció no lo extrañé. Meses y meses pasaron antes de que ocurriera algo que me recordara a Riki.

"¿Qué habrá sido de Riki?", pregunté una vez al viejo leñador que provee a nuestro barrio con combustible. Había recordado que Riki lo ayudaba con frecuencia  a cargar la leña. 

"¿Riki-Baka?", respondió el anciano, "Ah, Riki ha muerto, ¡pobre muchacho!... Sí, murió hace casi un año, súbitamente. Los doctores dijeron que tenía alguna enfermedad en el cerebro. Y hay una historia extraña ahora acerca del pobre Riki. 

"Cuando Riki murió, la madre escribió su nombre, 'Riki-Baka', en la palma de su mano izquierda, escribiendo 'Riki' en un caracter chino, y 'Baka' en kana[1]. Y repitió muchas oraciones para él, plegarias para que pudiera renacer en condiciones más felices. 

"Hace cerca de tres meses, en la honorable residencia de Nanigashi-Sama, en Kojimachi, nació un niño que llevaba escritos ciertos caracteres en la palma de su mano izquierda; y en los caracteres podía leerse claramente: ¡RIKI-BAKA!

"Así fue como la gente de la casa supo que aquel nacimiento había ocurrido en respuesta a las plegarias de alguien; y enviaron a que se preguntara por todos lados de quién había sido la petición. Finalmente un verdulero les informó que solía haber un niño tonto, llamado Riki-Baka, viviendo en el barrio de Ushigome, y que había muerto el otoño pasado. Entonces enviaron a dos sirvientes para buscar a la madre de Riki.

"Los sirvientes encontraron a la madre de Riki y le contaron lo que había ocurrido; y ella se puso muy contenta, pues la casa Nanigashi es muy rica y famosa. Pero los sirvientes dijeron que la familia de Nanigashi-Sama estaba muy enojada por la palabra 'Baka' escrita en la mano del niño. '¿Y dónde está enterrado Riki?', le preguntaron los sirvientes. 'Está enterrado en el cementerio de Zendoji', les dijo. 'Por favor, denos un poco del barro de su tumba', le pidieron. 

"Así que fue con ellos al templo Zendoji, y les mostró la tumba de Riki; y ellos tomaron un poco de barro con ellos, envuelto en un furoshiki[2]... Entonces le dieron algo de dinero a la madre de Riki, diez yenes..."

"¿Pero para qué querían aquel barro?", pregunté.

"Bueno", respondió el viejo, "usted sabe que no estaría bien que dejaran crecer al otro niño con aquel nombre en su mano. Y no existe otra manera de retirar los caracteres que por una razón así aparecen en el cuerpo de un niño: hay que tallar la piel con barro tomado de la tumba donde está el cuerpo de la existencia anterior..."


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[1] Kana: nombre con el que se denominan los dos silabarios fonéticos japoneses empleados en la actualidad. (N. de los T.)

[2] Furoshiki: pieza cuadrada de tela de algodón, o de algún material similar, usada para cargar bultos pequeños. (N. del A.)



El jinete de cadáveres


El cuerpo estaba frío como el hielo; hacía mucho tiempo que el corazón había dejado de latir; aunque no había otros signos que indicaran su muerte. Había muerto de dolor y rabia después de su divorcio. Hubiera sido inútil sepultarla, pues elúltimo deseo de venganza que nace en una persona moribunda  puede reventar cualquier tumba y agrietar cualquier lápida. La gente que vivía cerca de la casa en la que yació en sus últimos momentos se marchó de sus hogares. Sabían que se mantendría en espera del regreso del hombre que se había divorciado de ella. 

En el momento en que la mujer murió él estaba de viaje. Cuando regresó y le contaron acerca de lo que había ocurrido, el terror se apoderó de él. "Si no puedo encontrar ayuda antes de que llegue al oscuridad", pensó, "me hará pedazos".  Apenas era la Hora del Dragón[1], pero él supo que no tenía tiempo que perder.

Fue al instante a un inyoshi[2] y rogó por auxilio. El inyoshi supo la historia de la muerta, y había visto el cuerpo. Le dijo entonces al suplicante: "Un gran peligro te acecha. Haré todo lo posible por salvarte. Pero debes prometer que harás exactamente lo que te diga. Sólo hay una manera en la que puedes salvarte. Es una solución espantosa. Pero a menos que encuentres el coraje par aintentarla, ella te destrozará miembro a miembro. Si logras ser valiente, vuelve a verme esta tarde antes de que se ponga el sol." El hombre se estremeció, pero le prometió que haría lo que fuera necesario. 

El sol estaba por ponerse cuando el inyoshi fue con él hacia la casa en donde yacía el cuerpo. El inyoshi abrió las puertas corredizas, y le dijo a su cliente que entrara. Oscurecía con rapidez. "¡No me atrevo!", berreó el hombre, temblando de pies a cabeza, "¡Ni siquiera me atrevo a mirarla!" "Tendrás que hacer mucho más que mirarla!", espetó el inyoshi, "y me prometiste que me obedecerías. ¡Entra!" Forzó al trémulo hacia el interior de la casa y lo llevó hasta un lado del cadáver.

La muerta yacía boca abajo en su lecho. "Ahora debes ponerte a horcajadas sobre ella", le dijo el inyoshi, "y sentarte firmemente en su espalda, como si estuvieras montando un caballo... ¡Ven! ¡Debes hacerlo!" El hombre languidecía, por lo que el inyoshi tenía que apoyarlo. A pesar de sus terribles temblores, pronto obedeció la orden. "Ahora toma su cabello entre tus manos" ordenó el inyoshi, "la mitad en la mano derecha, y la mitad en la mano izquierda... ¡Así!... Debes sujetarlo como si fuera una rienda. Trénzalo con las manos, con ambas, fijamente. ¡Así mismo!... ¡Escúchame! Debes permanecer así hasta el amanecer. Tendrás razones para tener miedo  durante la noche, ¡y muchas razones! Pero sin importar lo que pase, jamás sueltes sus cabellos. Si la sueltas, incluso por un segundo, ¡te rebanará en pedacitos!"

El inyoshi entoces susurró un misterioso encantamiento al oído del cadáver, y le dijo así al jinete: "Ahora, por mi propio bien, debo dejarte solo con ella... ¡Permanece en esa posición!... Por sobre todas las cosas recuerda que no debes soltar su cabello" Y diciendo esto se alejó, cerrando las puertas tras de sí. 

Hora tras hora el hombre permaneció montado en el cuerpo, temblando de oscuro terror. El silencio de la noche se hizo más y más profundo hasta que se vio obligado a gritar, para romperlo. En ese mimso instante, el cuerpo saltó por debajo de él, como si intentara derribarlo, y la muerta gritó a todo pulmón: "¡Ah, pero qué pesada me siento! ¡Pero aun así debo traer a aquel miserable hasta aquí!"

Entonces se levantó cuan alta era, y saltó hacia las puertas, que abrió de golpe, para abalanzarse hacia la noche. En todo momento cargaba con el peso del hombre. Pero él, cerrando con firmeza sus ojos, mantuvo sus manos aferradas a aquel cabello largo. Las asía firmemente, aunque tenía tanto miedo que ni siquiera era capaz de gemir. Qué tan lejos viajó montado en ella, jamás lo supo. No vio nada: tan sólo escuchó el sonido de sus pies desnudos en la oscuridad --tap tap tap tap-- y el siseo de su respiración mientras corría.

Finalmente se dio vuelta y se encaminó de regreso hacia la casa, en donde se recostó en el suelo de la misma manera en que estaba al principio. Debajo del hombre gimió y jadeó hasta que los gallos empezaron a cantar. Entonces se quedó quieta.

Pero el hombre, que ya castañeteaba sus dientes, siguió sentado sobre ella hasta que el inyoshi regresó al amanecer. "¡Así que no soltaste nunca su cabello!" observó el inyoshi, muy complacido. "Ya es suficiente... puedes levantarte." Susurró nuevamente al oído del cadáver, y luego le dijo al hombre: "Debes haber pasado un anoche espantosa; pero ninguna otra cosa habría podido salvarte. A partir de ahora puedes sentirte seguro, pues ya le será imposible cobrar venganza."


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[1] Tatsu-no-kaku, o la Hora del Dragón, de acuerdo a la manera japonesa antigua de contar el tiempo, empezaba alrededor de las 8 de la mañana (N. del A.).

[2] Inyoshi: era un profesor o maestro de la ciencia in-yo, la antigua filosofía natural china, que se basaba en la teoría de un principio masculino y femenino que impregnaba el universo (N. del A.).


Yuki-Onna por Toriyama Sekien.




Traducción de Hiram Ruvalcaba y Sandra Ruiz.

[Tomados de Kwaidan. Extrañas narraciones del Japón antiguo, Puertabierta Editores, Colima, 2016.]

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