Cartas entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West (1925-1941), ensayo y selección de Ángeles Caso



Están su madurez y su total generosidad; su manera de navegar plenamente en alta mar, mientras yo vadeo los estanques; su capacidad de dominar el terreno en cualquier compañía, de representar a su país, de controlar la plata, a los criados, a sus perros chow; su maternidad, su manera de ser (lo que yo nunca he sido) una auténtica mujer.

VIRGINIA sobre VITA


Virginia es muy dulce, y yo me siento extraordinariamente protectaora con ella. Esa combinación de cerebro brillante y cuerpo frágil es adorable. 

VITA sobre VIRGINIA 


Virginia y Vita --o Vita y Virginia-- fueron dos árboles juntos en medio de un campo.

Dos hermosos ejemplares, quizá, del jardín botánico de Kew, que tanto les gustaba a ellas: una pequeña morera péndula y una secuoya grande y muy anciana. Eso me parecen. 

Sus ramas se entrecruzaban en lo alto, acariciándose, y, bajo el suelo, las raíces se enredaban, nutriéndose del mismo pedazo de tierra. Esta es la historia de dos mujeres únicas, geniales, que se quisieron con ternura infinita y un deseo tal vez efímero. 

Y que, juntas, fueron más ricas, más firmes, mejores, sumando sin duda mucho más que dos. 


Virginia Woolf y Vita Sackville-West

Antes de enamorarse, o de que ambas aceptaran al menos vivir ese momento de debilidad --¿o es de fortaleza?-- que supone la confesión al otro --la otra-- del amor, Virginia Woolf y Vita Sackville-West fueron amigas durante mucho tiempo. 

Las dos compartían muchas cosas: el combate ibterior por liberarse de los restos podridos de la educación victoriana, el círculo londinense de amigos, los intereses artísticos y, sobre todo, la pasíón por la literatura: en 1925, cuando su amistad se convirtió en una relación de amor, Virginia tenía cuarenta años y era una de las voces literarias más innovadoras y admiradas del mundo anglosajón. Vita tenía treinta y había publicado con gran éxito varios poemarios, ensayos y novelas. 

También compartían la respetabilidad social, la protección y la compañía  que ambas les habían proporcionado a sus respectivos --y poco comunes-- matrimonios. Virginia --cuyo apellido de soltera era Stephen-- se había casado en 1912, a los treinta años, con Leonard Woolf, un amigo de sus hermanos que esperó pacientemente, durante mucho tiempo, hasta que ella le aceptó. Leonard formaba parte de aquel clan de jóvenes intelectuales, escritores y artistas que solían reunirse en la casa de los hermanos Stephen, en la barrio londinense de Bloomsbury. Inteligentes, cultísimos, llenos --y llenas-- de talento, todos ellos desarrollaron carreras brillantes, renovaron el arte y la literatura ingleses y trataron de llevar vidas privadas libres, sobre todo en lo referente a las relaciones sentimentales y al sexo. 

Leonard fue un gran compañero para Virginia. Juntos montaron la editorial Hogarth Press. Él la apoyó intelectualmente y, además, cuidó siempre de ella con su infinita ternura. Sobre todo en las frecuentes depresiones y crisis de Virginia, que la llevaron a sufrir de una manera terrible, mental y física a la vez. Desde la muerte de su madre, cuando ella tenía trece años --seguida no mucho después por la muerte de su padre y la de hermana mayor--, Virginia se hundía con cierta frecuencia en las profundidades del agua: ella misma, extrañamente, utilizó a menudo para referirse a su enfermedad esa metáfora que terminó siendo real en el momento de su suicidio.

Tratada por los psiquiatras de manera torpe y patriarcal, Virginia fue ingresada en alguna ocasión, e incluso en sus mejores momentos vivía aterrada por el miedo de "volverse loca" de nuevo. Sin llegar hasta ese abismo terrible, a menudo se sentía deprimida y angustiada. Además de su hermana Vanessa, Leonard fue el apoyo que siempre estuvo ahí para ella, la rama firme que acudía una y otra vez en su ayuda y volvía a sacarla a flote.

Sin embargo, y a pesar de que todo hace creer que Leonard era heterosexual --y de que no se le conocen infidelidades--, es probable que nunca tuvieran relaciones íntimas. Virginia parece haber vivido una traumática forma de rechazo a las relaciones sexuales, tal vez causada por los abusos de los que fue víctima durante su adolescencia. Como la mayor parte de las historias de este tipo, esta también yace escondida en las tinieblas de la confusa privacidad familiar: es difícil establecer los hechos con exactitud, pero parece seguro que sus dos hermanos mayores, George y Gerald, abusaron junto con un primo de todas las niñas de la familia.*

El matrimonio de Vita era igualmente exitoso, pero mucho menos tranquilo. Se había casado a los veintiún años, en 1913, con un joven diplomático, Harold Nicholson, con quien tuvo dos hijos. Se adoraban y permanecieron juntos la vida entera, compartiendo entre otras cosas, la dedicación a la literatura y al paisajismo. Pero los dos tuvieron a lo largo del tiempo relaciones homosexuales, de las que siempre informaban --con plena lealtad-- al otro miembro de la pareja. 

Harold nunca puso en peligro su matrimonio, pero Vita lo hizo en una ocasión, todavía muy joven. Fue en 1918, cuando reapareción en su vida un amor de la adolescencia, Violet Keppel. Conocida después como escritora por su apellido de casada --Trefusis--, Violet acababa de comprometerse, pero no quería celebrar la boda, así que buscó a Vita y la encontró dispuesta a romper con su existencia convencional. Las dos huyeron juntas a Francia y durante un par de años vivieron una pasión tempestuosa, que llevó a Vita al borde del suicidio. Al final, regresó junto a Harold, que la esperó entre tanto pacientemente y corrió a recogerla cuando supo que estaba hundida. 

Poco después, a finales de 1922, ella y Virginia se conocieron en el círculo de intelectuales y artista que ambas frecuentaban y estableciero, en principio, una relación de amistad. Vita, maternal y protectora, se sentía atraída por la fragilidad física y mental de Virginia y, al mimso tiempo, admiraba profundamente su inteligencia, su talento literario y su fromación, por más que esta fuera en su mayor parte autodidacta: una de las más intensas protestas vitales de Virginia Woolf, reflejada en Una habitación propia y en otros escritos, fue la de no haber podido ir a la universidad, como sí hicieron en cambio sus hermanos varones. 

A Virginia le deslumbraba de su amiga lo opuesto: su personalidad imponente y sus orígenes sociales. Vita Sackville-West era desde luego todo un personaje. Pertenecía a una familia de la alta aristocracia, aunque le gustaba presumir de que su abuela materna había sido una bailarina española, Pepita de Oliva, muy famosa en la Europa de mediados del siglo XIX, que le había dado varios hijos a su abuelo noble.** 

Vita se había criado en una de las mansiones más impactantes de Inglaterra, Knole, en el condado de Kent, regalada en el siglo XVI por la reina Isabel I a uno de sus antepasados. Era una mujer fuerte física y mentalmente, algo andrógina, segura de sí misma, brillante en la vida social, elegante y rica, que vivía envuelta en el halo que proyectaban a su alrededor sus apellidos y fortuna. Virginia, con sus problemas económicos perfectamente  burgueses, sus continuas enfermedades y su falta de "mundanidad", admiraba todas esas características de Vita. 

En los diarios de Virginia --que escribió sus vivencias y sentiminetos constantemente desde 1915--, se puede ver la imagen que tenía de aquella mujer imponente: "Me hace sentir virgen y tímida, como una colegiala... Es un granadero; dura; guaoa; masculina...".

Parece que, desde el prinicipio, Vita despertó el deseo en Virginia, que también dejó escrito en su diario en aquellas fechas: "Es una conocida practicante del safismo, y quizá... haya puesto sus ojos en mí, a pesar de que ya soy tan mayor. La naturaleza debe de haber refinado sus facultades. Siendo tan esnob como soy, puedo rastrear por sus pasiones hasta quinientos años atrás, y me parecen románticas, como el viejo vino dorado".

Entretanto, nada más conocerse, Vita le escribió un acarta a Harold hablándole de su nueva amiga: "Simplemente, adoro a Virginia Woolf, a ti te pasaría lo mismo. Caerías de rodillas ante su encanto y su personalidad [...]. Lo de mistress Woolf es muy sencillo; da la impresión de ser alguien muy grande. No tiene ninguna afectación. [...] Al principio parece una mujer simple, pero luego se te impone por una suerte de belleza espiritual, y te resulta fascinante mirarla [...]. Es al mismo tiempo distante y humana, se queda callada hasta que tiene algo que decir, y entonces lo dice magnificamente bien. Es bastante mayor. Pocas veces me ha gustado alguien tanto, y creo que yo le gusto a ella. Por lo menos me ha pedido que vaya a verla a Richmond, donde vive. Querido, casi me he enamorado".

Aquel deseo mal disimulado de Virginia y aquel "casi" enamoramiento de Vita tardaron tres años en concretarse en algo más que una amistad. Fue en diciembre de 1925. Vita estaba a putno de irse unos meses a Teherán, donde su marido había sido nombrado embajador del Reino Unido ante el nuevo shah. A punto de despedirse, Virginia tomó la iniciativa. Las dos amigas se fueron a pasar juntas unos días a Long Barn, una de las residencias en el campo de Vita, y allí debió ocurrir su primer encuentro sexual. 

Pero el sexo, realmente, nunca fue la clave de aquella relación. Algunos meses después de aquellos días en Long Barn, Vita le escribió a Harold: "Me aterra despertar sentimientos físicos en ella a causa de la locura. No sé qué efectos podrían tener: es un fuego con el que no quiero jugar. Le tengo demasiado cariño y afecto... Además, Virginia no es de la clase de persona que veo de esa manera. Hay algo incongruente y casi indecente en esa idea. He dormido dos veces con ella, pero eso es todo. Ahora ya lo sabes todo, y espero no haberte escandalizado".

Quizá Vita sólo intentara tranquilizar a su marido, preocupado ante la posibilidad de que ella pudiera de nuevo perder el control por una mujer, como le había ocurrido hace unos años con Violet Trefusis. O quizá fuera verdad: aunque las dos hicieron alusiones a si intimidad física en sus cartas --a menudo en tono de broma--, ninguna de ellas fue explícita sobre sus posibles --o no-- encuentros sexuales. Así que ¿a quién le importa? Si ellas o quisieron contarlo abiertamente, no parece demasiado respetuoso tratar de indagar sobre si se acostaron, o no, o medio se acostaron pero no del todo, o cuántas veces llegaron a hacerlo. Lo que es evidente es que se querían, se acompañaban en su respectiva soledad, se entendían intelectualmente, se gustaban, se deseaban --hasta donde pudiera o quisiera llegar aquel deseo-- y que, a lo largo de los siguientes dieciséis años, hasta el suicidio de Virginia, fueron fundamentales la una para la otra. 

Y lo fueron en muchos sentidos: Vita le dio a Virginia, además de cariño y cuidados casi maternales, mucha autoestima y vitalidad. La animó a no sentirse enferma, a salir y a viajar. Luchó contra la idea de los médicos que la trataban de que leer o escribir eran malos para ella, animándola a que lo hiciera, puesto que eso era realmente lo único que parecía salvarla de sus depresiones. 

También le aportó --y sin duda fue algo muy importante-- tranquilidad económica. A Virginia no le gustaba del todo la literatura de su amiga --y este era un juicio excesivamente crítico, pues Vita Sackville-West fue una extraordinaria escritora, aunque no alcanzase el prodigio innovador de Virginia Woolf--, pero desde 1924, su editorial, Hogarth Press, publicó algunos de su exitosos libros, ganando gracias a ella mucho dinero. 

Virginia le dio a Vita una cantidad infinita de admiración en lo personal y seguridad en sus capacidades intelectuales, algo fundamental para moverse en el círculo de los brillantes y a menudo crueles miembros del Grupo de Bloomsbury. La ayudó a mejorar como escritora, contribuyendo a que perdiese buena parte de su antigua "verborrea" --como ella decía en privado-- y se centrara mucho más en lo esencial y lo profundo de sus personajes.

Pero quizá el don más duradero que Virginia le hizo a Vita --al menos en el terreno público-- fue el regalo de una de sus novelas más emblemáticas, Orlando. Una biografía. Como dijo Nigel Nicholson, el hijo de Vita, Orlando "es la más larga y hermosa carta de amor de la literatura". Seguramente, Virginia la concibió de esa manera cuando comenzó a escribirla en octubre de 1927, al sentir que Vita se alejaba de ella entre los  brazos de una nueva amante, Mary Campbell. Fue su manera de rendirle homenaje, de tratar de decirle cuánto la admiraba y lo mucho que le importaba. Y lo hizo dándole en ofrenda lo mejor que poseía, su propio talento literario. 

El largo éxito de Orlando --que no es por otra parte la mejor de las obras de Virginia-- se debe a sus implicaciones en torno a las cuestiones de género: el/la protagonista, Orlando --trasunto más que evidente de Vita--, comienza siendo el hombre del siglo XVI, un poeta de gran éxito, favorito de la reina Isabel I. Pero a los treinta años se convierte en mujer, una mujer que atraviesa los siglos, hasta llegar al XX, amando tanto a hombres como a otras mujeres y planteando numerosas cuestiones y dudas relacionadas con el género, entendido como una construcción social. 

Orlando se publicó en octubre de 1928. Como se puede leer en la carta número 15 de esta selección, Vita, aparentemente, se sintió orgullosa de haber sido capaz de inspirar un libro así. Y también emocionada por las referencias a su mansión de Knole, que acababa de perder: su propio padre consideró que una mujer no podía heredar un mayorazgo tan importante como aquel y, al morir, le dejó en herencia esa propiedad que ella adoraba como un sobrino, junto con el título de barón al que estaba unida. 

Sin embargo, algo muy profundo, ambiguo e inconsciente debió de moverse en aquel momento en el interior de Vita. Quizá el homenaje de su amante le resultara excesivo: a veces, el amor que no es correspondido con la misma intensidad termina resultando un peso para la persona amada. Vita quería a Virginia, y la siguió queriendo siempre, pero da la sensación de que el enorme halo que Orlando creó entorno a ella le resultó abrumador.

Ya las aventuras con otras mujeres la habían "distraído" en los tiempos anteriores a la publicación de la novela. Desde ese momento, Vita se alejó un poco más de Virginia, viéndola y escribiéndole con menos frecuencia y también con menos pasión. Es cierto que tenía otros asuntos de los que ocuparse; su querido Harold había regresado definitivamente a su lado, tras abandonar su carrera diplomática. En 1930, el matrimonio compró un castillo casi en ruinas en Kent, Sissinghurst Castle, compensando así la dolorosa pérdida de Knole. Vita y Harold se dedicaron a restaurarlo y, en especial, a diseñar, plantar y cuidar juntos un extraordinario jardín que los convirtió a ambos paisajistas admirados y que todavía hoy está considerado como uno de los más bellos jardines de Inglaterra. 

Cuando estalló en 1939 la Segunda Guerra Mundial, los contactos entre ellas se intensificaron, unidas ahora en el dolor y el espanto. Vita, siempre generosa, ayudó a Virginia y a Leonard enviándoles o llevándoles personalmente alimentos de los que ella disponía en su granja, como la dorada mantequilla, que ya no se podía encontrar en ningún sitio, y que los Woolf y su criada Louie disfrutaban como si fuera el más exquisito de los manjares. Además demostró que seguía siendo la mujer activa y valiente que siempre había sido: mientras las bombas alemanas caían alrededor de su castillo, se ofreció como voluntaria para conducir la ambulancia del pueblo y realizar otras actividades del servicio civil, como hicieron tantas y tantos británicos, demostrando una resistencia, una conciencia democrática y una capacidad de organización asombrosas. 

Virginia, que se acercaba ya a los sesenta años, se hundió en cambio ás que nunca en su frecuente oscuridad. La guerra la espantaba. Sus comprometidas ideas pacifistas la hicieron sentirse muy sola en medio de un país entregado a defenderse del enemigo, incluso en su propio círculo: hasta Leonard se unió a la Home Guard, la organización de voluntarios ocupados de la defensa. Para colmo, su casa de Londres fue bombardeada, obligándoles a intalarse en su propiedad de campo, Monk's House, en el condado de East Sussex.

Todo eso, sin duda excesivo para cualquier persona de equilibrio frágil, se sumó al agotamiento que debió de causarle la creación de su última novela, la compleja Entre actos (Between the Acts). La palabra "depresión", junto con las constantes referencias a la muerte --masivamente presente durante aquellos espantosos de la guerra--. comenzaron a aparecer cada vez más en su diario. 


Leonard y Virginia Woolf.


El 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf caminó hasta el Ouse, el apacible y profundo río que transcurre junto a Monk's House, se llenó los bolsillos de piedras y entró en el agua, hundiéndose, como en sus metáforas, más allá de todo lo visible. 

Su única carta de despedida, llena de generosidad y agradecimiento, fue para su marido:


Querido mío:

Estoy segura de que otra vez me estoy volviendo loca. Creo que no podemos volver a vivir de nuevo estos momentos horribles. Y esta vez no voy a recuperarme. Estoy empezando a oír voces, y no puedo concentrarme. Voy a hacer lo que me parece más adecuado. Me has dado la mayor felicidad. Has sido en todos los sentidos lo mejor que una persona puede ser. No creo que haya dos personas más felices de lo que hemos sido nosotros hasta que llegó esta terrible enfermedad. No puedo seguir luchando. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrás trabajar. Y lo harás, lo sé. Ya ves que ni siquiera puedo escribir bien esto. No puedo leer. Lo que quiero decirte es que toda la felicidad de mi vida te la debo a ti. Has sido absolutamente paciente conmigo, increíblemente bondadoso. Quiero decírtleo, y todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme, habrías sido tú. Todo se ha desvanecido en mí, salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir estropeando tu vida. No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que hemos sido nosotros. 

V.


Las cenizas de Virginia fueron enterradas bajo un olmo en el jardín de Monk's House. Las de Leonard se unieron a las suyas veintiocho años después, cuando murió en 1969.

Las de Vita Sackville-West reposan desde 1962 en la iglesia de Withiham, cerca de su adorada mansión de Knole. 

Todavía muchos años después del suicidio de Virginia, a la que había visto por última vez cinco semanas antes, escribió a su marido: "Sigo pensando que habría podido salvarla si hubiera estado allí y hubiese comprendido cómo se estaba hundiendo su mente". 

¿Quién puede saber si lo hubiera logrado?

ÁNGELES CASO



____________________

*Cuando Leslie y Julia Stephen --los padres de Virginia-- se casaron, ambos estaban viudos. Julia tenía dos hijos, George y Gerald Duckworth, y una hija, Stella. Y Leslie era igualmente padre de una niña, Laura.Durante su matrimonio nacieron además Vanessa, Thoby, Virginia y Adrian. Stella, Laura, Vanessa y Virginia fueron con toda probabilidad víctimas de los mayores y de su primo.

** Pepita de Oliva, quizá gitana o de antecedentes gitanos, se llamaba en realidad Josefa Durán y habí anacido en el barrio de El Perchel, en Málaga, en 1830. Vita escribió sbre ella una biografía titulada Pepita (editada en español por Tusquets en 1989).



Mansión de Knole en el condado de Kent.






* * * * *


LAS CARTAS


[1 y 2]*


Virginia a Vita


Travistock Square, 52,

22 de diciembre [de 1925], martes


Salgo corriendo a comprr un par de guantes. Estoy sentada en la cama: estoy encantadora; y Vita es un viejo y querido perro pastor de pelo duro; o, por le contrario, cubierta de vides, rosácea como una perla, refulgente, iluminada con velas, espera en la puerta de una mercería de Sevenoaks. Le preguntaré a Vanessa  si nos vemos el sábado o el domingo y te escribiré a Knole. Pero no consumas todo el maloliente sebo de tu corazón, deja que la pobre Virginia lo vea, y también la perra Grizzle (que se dedica a rascar mis sábanas en la cama). Ahora tomo un autobús a Southampton Row.

Ah, pero me gustaría estar con Vita. 


BERG**


Vita a Virginia


Sherfield Court, Basingstoke,

3 de enero de 1926


Debe parecer raro, a primera vista, que haya hablado tan poco de ti cuando he pensado tanto en ti. A fin de cuentas, tenía a Clive [Bell] pegado a mí, y no es sólo tu cuñado, sino una autoridad en su día estuvo enamorado de ti, pero decidí no sacar partido de su presencia.*** Algo me retuvo; y ahora, por supuesto, me arrepiento de la oportunidad perdida. No, no es verdad: no me arrepiento. Si volviese a vivir estos tres últimos días, haría lo mismo. 

Creo que prefiero explorar por mí misma. Y además no me gusta la idea de jugar con ventaja. 

De todas formas, fui más bien indiscreta.

La conversación de anoche fluyó libremente. No sé qué habrías pensado tú, o qué habrías aportado. Me lo pregunté varias veces. Me pregunté qué te contaría Clive, si te cuenta algo. ¿Puedo verte el miércoles? ¿Por la tarde? He pedido una cita para que me vcunen (¡maldita vacuna!) a las cinco. La puse lo más tarde que pude, porque supongo que tendré que irme directamente a casa después, ¿no crees? Esa vacuna sin sentido me pone furiosa. 

Un montón de niños ruidosos aquí, dando golpes por la casa. Mi cabeza da vueltas con ellos. 

Guarda algunos folletos [de la editorial] para que yo pueda meterlos en los sobres. Me encantó hacer eso contigo en el suelo de tu casa. O, si quieres, podemos ir al acuario y mirar los peces, que, a find e cuentas, se parecen tanto a nuestros amigos. 

Del miércoles en quince días me iré [a Persia]. La melancolía desciende sobre mí; pero quizá sea algo bueno. ¿Qué efecto produce en ti la ausencia? ¿Es como el encanto menguante de tu perra Grizzle, que te hace quererla aún más?

Espero que sí, porque si no...


V.


_______________________

*La correspondencia entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West fue publicada por primera y única vez hasta el momento en 1985. En ese texto, editado con la autorización del hijo de Vita, Harold Nicholson, sólo aparecen completas las cartas de ésta. De las de Virginia se reproducen únicamente fragmentos. 

**Virginia siempre firmó sus cartas a Vita como Berg.

***El pintor Clive Bell era el marido de Vanessa, la hermana de Virginia, aunque estaban separados. 



[3 y 4]


[En febrero de 1926, Vita partió hacia Persia, donde la esperaba su marido, para un viaje de seies meses.

La nostalgia de la una por la otra se expresó a través de una frecuente correspondencia.]


Vita a Virginia



Milán,

21 de febrero de 1926, jueves


Vita Sackville-West

He quedado reducida a una pobre cosa que sólo desea a Virginia. Te escribí una preciosa carta en las horas de pesadilla y desvelo de la noche, pero fue inútil: simplemente, te echo de menos, de una manera sencilla y desesperadamente humana. Tú, con tus cartas tan inteligentes, nunca habrías escrito una frase tan elemental como esa; quizá ni siquiera sentirías lo mismo. Aunque creo que percibirás un pequeño vacío. Pero lo revestirías con una frase tan exquisita, que perdería parte de su realidad. En mí, en cambio, el sentimiento es totalmente crudo: te echo de menos más de lo que yo misma hubiera creído, y eso que estaba preparada para ello. Esta carta es realmente un grito de dolor. Es increíble hasta qué punto te has vuelto esencial para mí. Supongo que estás acostumbrada a que la gente  te diga estas cosas. Maldita seas, criatura mimada; nunca más intentaré que me quieras entregándome a ti de esta manera. Pero, oh, cariño, contigo no cosigo ser ingeniosa y distante: te quiero demasiad. Realmente demasiado. Ni te imaginas lo distante que puedo ser con la gente a la que no quiero. Lo he convertido en un aténtico arte. Pero tú has roto todas mis defensas. Y la verdad es que no lo siento...

No voy a aburrirte más.

El tren ha vuelto a iniciar el viaje, y vuelve a sacudirse. Voy a tener que escribir en las estaciones, que por suerte son muchas a lo largo de la llanura de Lombardía.


Venecia


Las estaciones eran muchas, pero no negocié con el Orient Express parase en ellas. Ahora estamos en Venecia sólo diez minutos. un tiempo mezquino para intentar escribirte. No hay tiempo siquiera para comprar un sello italiano, así que tendré que mandarla desde Trieste.

Las cascadas en Suiza estaban heladas, como sólidas e iridiscentes cortinas de hielo que colgaban sobre las rocas; precioso. Italia toda blanca de la nieve.

Vamos a arrancar de nuevo. Tengo que esperar hasta Trieste, mañana por la mañana. Por favor, PERDÓNAME POR ESCRIBIRTE UNA CARTA TAN LAMENTABLE.


V.


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

26 de enero de 1926, martes


Tu carta de Trieste llegó esta mañana. Pero ¿por que´piensas que no siento, que sólo hago frases? "Preciosas frases", dices, que le roban la realidad a las cosas. Es justo lo contrario. Siempre, siempre, siempre intento decir lo que siento. ¿Podrás creer que cuando te fuiste el martes pasado, hace exactamente una semana, estuve paseando por los suburbios de Bloomsbury en busca de un organillo? Pues no me hizo sentir más alegre... Y desde entonces no ha pasado nada importnte. Tod está gris y húmedo. He estado triste; te he echado de menos. Te echo de menos. Te echaré de menos. Y si no me crees, es que eres una lechuza de orejas largas y una burra. ¿Preciosas frases?

Por volver a tu carta, siempre supe de tu distanciamiento. Pero me dije a mí misma: "Insistiré más allá de lo cortés". Con esa pretensión fui a Long Barn. Desabrocha el botón de arriba de tu chaqueta y verás, anida ahí dentro, una ardilla alegre, con las costumbres más curiosas, pero una criatura cariñosa a pesar de todo. 


BERG


[5 y 6]


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52

[19 de noviembre de 1926]


Eres un milagro de discreción: una carta dentro de otra. Nunca vi cosa igual. Te contestaré cuando no sveamos, quiero decir a la invitación. Oh, querida, Sibyl me ha puesto un dolor de cabeza tremendo. Es un fastidio no poder escribir, salvo a ti. Estoy tirada en una silla. No está tan mal: pero te lo cuento para ganarme tu simpatía: para que te vuelvas protectora: para implorarte que traces algún plan para que cese el continuo decaimiento que me causa la gente: Sibyl, sir Arthur, Dadie, añadiéndose los unos a los otros. ¿Por qué te lo cuento a ti? Supongo que es alguna necesidad psicológica: una de esas cosas íntimas que nos permitimos por puro instinto en una relación. Soy más bien cobarde para enfrentarme a esa carga: tú lo harías como una heroína...

¿No te das cuenta, monito West, de que vas a cansarte de mí cualquier día (soy mucho mayor que tú)? Por eso tengo que tomar algunas precauciones. Esa es la razón por la que pongo énfasis en "tomar nota" y no en sentir. Pero el monito West sabe que ha derribado más murallas que nadie. ¿Y no hay tambiénen ti algo poco claro? Hay algo en ti que no vibra. Quizá lo hagas a propósito: no permites que eso fluya. Lo veo con otra gente y lo veo conmigo: algo reservado, mudo, Dios sabe qué... También está en tu escritura, por cierto. Eso que yo llamo la transparencia central a veces te falta. [...]


BERG


Vita a Virginia


Mount Street, 66,

[27 de noviembre de 1926] sábado por la noche


Mi amada Virginia, estoy preocupada por ti. Me pareció que estabas cansada y deprimida. ¿Qué te ocurre? ¿Sólo estás cansada? He sido una bruta al pedirte que vinieras. ¿Era tan sólo tu menstruación? No debería haberte permitido venir. ¿Acaso no sabes que no hay nada que yo hiciera para ahorrarte un momento de dolor, fastidio, fatiga, irritación? ¡Y voy te obligo a hacer todo ese recorrido para verme! Podría darme una patada a mí misma por ello. Por favor, perdóname: el único consuelo es que pudiste venir en automóvil. Cariño, voy a intentar hacer algo para compensarte por este fin de semana. Te llamaría por teléfono y te diría todo esto en vez de escribirte, pero es obvio por qué no lo hago. Iré a verte y a cenar contigo el sábado. Te echo de menos, cariño. ¿Te veré quizá el lunes? Te llamaré el lunes a las 2.30. Esta noche no puedo sacarte de mi cabeza; la esquina del sofá donde te sentaste me persigue con tu presencia, y el piso entero parece lleno de ti. 

Tuya,


V.


[7 y 8]


[El 28 de enero de 1927, Vita volvió a irse a Persia para reunirse con Harold.]


Vita a Virginia


Ebury Street, 182, Pinlico

[28 de enero de 1927]



Amada Vriginia, un último adiós antes de irme. Me siento rota en mil pedazos. Es terrible. No puedo ni expresar lo que me duele dejarte. No sé cómo me las voy a arreglar sin ti. De hecho, creo que no voy a ser capaz. Te has convertido en alguien esencial para mí. Te bendigo por toda la felicidad que me das. Te escribiré desde el tren. Te bendigo, mi querida, mi amada Virginia. 


Tu VITA

¡Pasarán años antes de que vuelvaa tener noticias tuyas! Por favor, escríbeme pronto, de inmediato. No puedo soportar tener que esperar mucho para recibir una palabra tuya. Por favor, por favor. Pon "cielo" cuando escribas.

Cariño, por favor, sigue queriéndome. Estoy deshecha. No me olvides. 


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

lunes 31 de enero [de 1927]


Cielo mío: 

Virginia Woolf

Fue estupendo recibir tu telegrama y tus cartas. Escríbeme todas las que puedas. Son un estímulo para mí. Lo único bueno que me pasó es que, en cuanto te fuiste, me vi envueta en una serie de llamadas telefónicas, notas y escenas entre Clive y Mary, todo muy emocional, y me sentí tan enfadada, tan "sordidificada", tan exacerbada, que sólo podía pensar en ti como alguien muy distante y tranquilo. Un faro en aguas limpias... Clive invita a Mary a cenas con champán. Me divirtió pensar en lo mucho que te hubieran enfadado ciertas acusaciones que Mary ha hecho contra mí. Dios, si estuvieras aquí, cómo nos hubiéramos reído. 

Lo mejor es que esto me ha mantenido dando brincos de un sitio para otro todo el rato, así que he estado entretenida y dispersa; es como tomar pastillas para dormir: hago todo lo que puedo para evitar pensar en ti...

[...] Es muy bueno ser un eunuco como yo, ya sabes: quiero decir que ni siquiera sé cuál es el lado correcto de una falda. Las mujeres se fían de mí. Si consigues dejar en sombra la furia del sexo, aparecen todas las vetas y e jaspeado, que son tan fascinantes entre mujeres. Desde mi sótano, veo muchas cosas que vosotras, las bellezas refulgentes, hacéis invisible con la luz de vuestra propia gloria. 

[...] No estoy resfriada, pero me siento como si lo estuviese, aquí sentada escribiéndote mientras todo está hecho un desastre. Me siento disipada y sin rumbo por alguna razón... Y además, tu partida. Estoy a merced de la gente y de mi estado de ánimo, me siento sola, como una penosa que no sabe expresar lo que desea. Cómo me has desmoralizado. Yo antes era una mujer leal y honorable. Y luego está lo de no poder escribir una novela. Esto del periodismo es una cosa trabajosa y sucia, y me esfuerzo por alzar la tapa y mirar dentro de mi mente para ver si algún pececillo lento aparece por ahí, algún nuevo libro. Pero no: por el momento no hay nada. 

Sí, me gusta que escribas buena poesía. Mi discurso de despedida no fue muy coherente. Estaba intentando agarrarme a algo antes de que todo se desvaneciera: la emoción, la idea. El peligro que tú corres, con tu sentido de la tradición y todas esas palabras --que sin duda son un regalo de los Dioses--, es que facilitas demasiado la existencia. [...]


BERG


[9 y 10]


Vita a Virginia


Sherfield Court, Basingstoke,

[11 de junio de 1927] domingo


Así que estás sola, en tu paisaje de Constable lleno de olmos y prados, con tu nido azul entre las tetas ("¿el nido de un pájaro salvaje en el pecho de Helen?")* y tu río Ouse y tu torre de iglesia cubierta de cantos rodados; y yo estoy aquí con toda esta gente, un poco desconcertada y perpleja por todo lo que hablan, como está también Harold después de aquel aire fresco de Asia. Todo me parece un poco rancio, cauto, ¿muerto? ¿Estamos equivocados nosotros o ellos?

¿Sabes lo que haría si no fueras una persona tan estricta? Mañana sacaría mi coche del garaje a las diez de la noche, estaría en Rodmell a las once y cinco  (sí, cariño: batí un récord el viernes, llegando de Lewes a Long Barn en una hora y siete minutos), lanzaría guijarros a tu ventana, y entonces tú bajarías y me dejarías pasar; me quedaría contigo hasta las cinco y a las seis y media estaría en casa. Pero, tratándose de ti, no puedo hacerlo; qué lástima. ¿Leíste mi libro? Me refiero a Challenge.** En esa época sí que viví la vida. Pero no me parece que haya perdido impulso; no, lo juro; y si Virginia fuese diferente, volaría hasta Sussex por la noche. Es sólo que con la edad, la sobriedad y la cada vez mayor consideración, me refreno. Pero la tentación es grande. 

¡Oh, Señor! Ya vienen a recoger las cartas para el correo. 

Tuya, 


V.


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

[4 de julio de 1927] lunes


Sí, eres un animal muy ágil, no hay ninguna duda, pero no estoy tan segura de que tus saltos resulten divertidos en Ebury Street a las cuatro de la mañana. ¡Mala, bestia malvada! ¿Que para qué he vuelto [a Londres]? Recibí un mensaje de Dodie, que va a llegar en un momento, y estoy sola, Leonard anda por ahí conduciendo, y vamos a pasar dos o tres horas juntos, Dodie y yo. ¡Ja, ja! Mala bestia malvada.

[...] Cielo, ¿te acordarás  de traerme mi impermeable (rosa) y mis guantes (rojos)? Me los dejé en el vestíbulo, creo. [...]


BERG


_____________________________

*Cita del poema The Land ('La tierra') de la propia Vita Sackville-West.

**En su novela Challenge ('Desafío'), Vita Sackville-West narraba su relación con Violet Trefusis. 



[11 y 12]


[En noviembre de 1927, Virginia logró hacer confesar a Vita que tenía una relación con Mary Campbell.]


Vita a Virginia


[11 de noviembre de 1927]

Viernes por la mañana


Desde anoche me siento muy desdichada. De pronto me parece que toda mi vida ha sido un fracaso, pues no soy capaz de mantener ni una sola relación estable. ¿Qué debo hacer, Virginia? Lograr que mi mente sea más fuerte, supongo. Bueno, al menos ya no crearé más malentendidos. Cariño, te estoy agradecida; hiciste bien; ha sido un buen golpe: me dejo llevar con demasiada facilidad. 

Pero mírame, recuerda y cree que eres alguien absolutamente vital para mí. No exagero si digo que no sé qué haría si dejara de gustarte, me enfadaría, me sentiría fatal. Me preocupaste un poco también con lo que me dijiste sobre Clive. No será nada serio, ¿verdad? Oh, no, no puedo ni imaginarlo. No voy a preocuparme por eso. Hay demasiadas cosas ya por las que preocuparse. 

Cariño, perdona mis errores. Yo misma los odio, y sé que tienes razón. Pero sólo son tontas cosas superficiales. Mi amor por ti es absolutamente real, vivo e inalterable. 


V.


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

[11 de noviembre de 1927] viernes por la noche


Mi querida Criatura:

Me haces sentir como una bruta, y no pretendía serlo. No puedo regular el tono de mi voz, imagino; pero nada de lo que dije puede hacerte sentir desdichada ni siquiera medio segundo. Es sólo que no puedes evitar atraer a las que van por ahí dando saltitos. [...] Y me siento a medias, o en una décima parte, celosa cuando te veo con las Valeries y las MArys: descuenta pues esa parte. 

Y esto es todo al respecto en lo que a mí concierne. Me alegra pensar que vas a tener cuidado; porque a menudo me veo vieja, irritable, quejumbrosa y difícil (aunque encantadora) y me entran las dudas. [...]


BERG


[13 y 14]


[A finales de septiembre de 1928, Vita y Virginia viajaron juntas a la Borgoña, en Francia. Fue su único viaje a solas y, según parece, disfrutaron mucho.

Estas dos cartas fueron escritas al regreso del viaje.]


Vita a Virginia


Long Barn,

[5 de octubre de 1928] viernes por la noche


Cariño:

Estaba disfrutando esta noche del melancólico placer de echar un vistazo a tus cartas, cuando me dio por pensar que hacía bastante tiempo que no recibía una, pero no, porque me escribiste a Berlín.

[...] Fue raro leer algunas de tus cartas después de haber estado tanto tiempo  contigo estos últimos días. Había una luz intermitente sobre ellas, como el alumbrado de un cruce, proyectada en parte por la incierta iluminación del pasado y en parte por la plena iluminación del presente. No pude dejar de preguntarme qué iluminación del presente. No pude dejar de preguntarme qué iluminación prefiero, porque vi que al unirse ambas creaban una luz límpida y hermosa en la que yo estaba inmersa y en la que me sentí extremadamente feliz. Pero ya dejo esto, porque vas a pensar que soy una sentimental (cosa que juro que no soy) y te respeto lo suficiente para no aspirar a que me desprecies. 

[...] La Borgoña me parece un sueño. "Antes, una alegría propuesta; después, un sueño."* Fui muy feliz. ¿Y tú? He leído lo que escribió Walter Pater sobre Vézelay. Me refiero a aquel pórtico que tanto me preocupaba y que parece que es una de las glorias de Francia. Y no llegamos a verlo. Pero creo que vi lo suficiente para construir una docena de pórticos. Sea como sea, he vuelto a casa muy cambiada. Durante todo el verano estuve nerviosa como una gata, empezando algo, luego fantaseando, y dándole vueltas a todo. Ahora estoy llena de vigor y robusta, y de nuevo hambrienta de vida. Toda gracias a ti, creo. Así que ya ves que esta carta es una collins.**

Es la una menos cuarto, casi dos horas después de que Virginia se haya ido a la cama. Cariño, te quiero. Todas las Sibyls y Tom Eliots del mundo no te quieren tanto como yo. Te bendigo por todo lo que has sido para mí. No es una broma, es una verdad muy sobria. 

Tuya,


V.


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

[7 de cotubre de 1928] domingo


Mi muy querida Criatura:

Qué carta más bonita me escribiste a la luz de las estrellas, a medianoche. Deberías escribir siempre a esa hora, porque tu corazón requiere de la luz de la luna para licuarse. El mío se fríe a la luz del gas: son las nueve, y tengo que irme a la cama a las once. Así que no diré nada: ni una palabra sobre el bálsamo para mi angustia --siempre estoy angustiada-- que eres para mí. ¡Cómo he pensado en ti! ¡Cómo he sentido --ahora-- lo que todo esto ha sido! He visto en algún lugar una pequeña pelota borboteando arriba y abajo en el chorro de una fuente: la fuente eres tú; la pelota, yo. Sólo tú me produces esa sensación. Es físicamente estimulante, y al mismo tiempo relajante. [...]


BERG


____________________________________

*Verso del soneto 129 de Shakespeare.

**Puede que se refiera al cóctel Collins, hecho con ginebra, soda y zumo de limón.



[15 y 16]


[El 11 de octubre de 1928 se publicó Orlando. Ese mismo día, Vita recibió un ejemplar cuidadosamente encuadernado, con sus iniciales en la portada.]


Vita a Virginia


Long Barn, Sevenoaks,

11 de octubre de 1928


Cariño:

[...] Por el momento sólo puedo decir que estoy completamente deslumbrada, embrujada, hechizada, como bajo un conjuro. Me parece el más maravilloso, inteligente y suntuoso libro que he leído nunca, sobrepasando incluso tu Al faro. Virginia, realmente no sé qué decir. ¿Tengo razón? ¿Estoy equivocada? ¿Tengo prejuicios? ¿Mantengo el juicio o no? Realmente me parece que has encerrado esa "cosa dura y rara" en un libro; que has tenido una visión; pero que cuando te pusiste a hacer la ardua tarea de ponerla por escrito, no la perdiste de vista ni flaqueaste en la ejecución. Se me vienen tantas ideas a la vez, que se tropiezan las unas con las otras y las pierdo antes de haber podido captarlas; quiero decir tantas cosas, pero sólo puedo volver a mi grito inicial, estoy embrujada. Te llegarán cartas de muchas personas, muy reflexivas y clarificadoras; yo ahora no puedo escribirte una carta así, sólo puedo decirte que estoy conmovida; te resultará inútil y tonto, pero es un tributo mayor que páginas y páginas de tranquila valoración. Y, a fin de cuentas, esto me afecta personalmente, y tampoco sé qué decir respecto a eso, tan sólo que me siento como una figura de cera en un escaparate sobre la que tú hubieras puesto una túnica hecha con joyas. Es como estar sola en una habitación oscuracon un cofre lleno de rubíes y perlas y brocados. Cariño, no sé qué escribir, casi ni me apetece de tan abrumada como estoy; ¿cómo has podido ponerle un ropaje tan espléndido a una percha tan pobre? De verdad que no es falsa humildad; de verdad que no. Pero no puedo escribir sobre eso, ni menos aún decírtelo verbalmente. 

Debes de estar pensando que estoy demasiado confusa, que soy una iletrada, así que deslizaré aquí la idea de que el libro (en su atmósfera)parece tener lo mejor de sir Thomas Browne y de [Jonathan] Swift, la abundancia del uno y la franqueza del otro. 

Hay una docena de detalles en los qu eme gustaría entrar [...], pero es muy tarde; he estado leyendo todo el día sin interrupción, y ahora son las cinco y quiero llegar al correo, pero mañana intentaré escribirte con más sensatez. Es culpa tuya, por haberme conmovido y deslumbrado de tal manera que todas las facultades me han abandonado y me han dejado desnuda. 

Esta mañana se me pasó por la cabeza una cosa horrible: ¿no pensarías que si no fui ayer a Londres fue por indiferencia? No puedes haber pensado eso. Tenía tan grabado en mi mente que el día en que iba a ver por fin el libro era el 11 de octubre, que me había resignado a esperar hasta entonces. Pero esta mañana, cuando lo vi con su preciosa encuadernación y mis iniciales encima, surgió esa idea en mi cabeza y me dejó consternada. Aunque luego pensé que tú no podías haberlo malinterpretado así. Sí, volveré a escribirte mañana con más tranquilidad, espero. Ahora estoy de verdad escribiendo contra el tiempo y, como ya te he dicho, con el juicio perdido. 

Has inventado una nueva forma de narcisismo: lo confieso, estoy enamorada de Orlando, y esta es una complicación que no estaba prevista.

Virginia, cariño, sólo puedo darte las gracias por derramar tanta riqueza. 


V.


Me hiciste llorar con los pasajes sobre Knole, malvada. 



Primera edición de Orlando (1928).



Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

[12 de octubre de 1928] viernes


¡Qué enorme alivio! [...] Esta ba horrorizada pensando de pronto que podías sentirte herida, o enfadada, y no me atrevía ni a abrir tu sobre. Ahora que ladren y muerdan: eres un ángel. Tengo prisa y sólo puedo escribirte estas líneas. Las ventas van mucho mejor. Entiusiasmo en el Birmingham Post. Han descubierto Knole. Insinúan que eres tú.


BERG


[17]


Virginia a Vita


[A medida que pasaban los años, Vita, ocupada con diversas aventuras, su marido y su jardín, parecía alejarse cada vez más de Virginia. Ésta añoraba a veces los viejos tiempos.]


Tavistock Square, 52,

[15 de febrero de 1935] viernes


[...] Estoy deseando tener una aventura, querida Criatura. Pero me gustaría que quedasen establecidos al menos cuarenta y ocho minutos y medio a solas contigo. Sin decir ni hacer nada en especial. Mero cariño, en memoria de la marsopa de la ventana rosa. 

He estado enterrada bajo polvo y basura. Pero ahora ha llegado la primavera...

Mi cabeza está llena de sueños de encuentros románticos. ¿Recuerdas aquella vez cuando estuvimos en Kew, sentadas en medio de una tormenta de flores? [...]

Mándame noticias, y quiéreme más y más, pon otro peldaño en la escalera y déjame subir. ¿Ya te he hablado de mi nuevo amor?


BERG


[18 y 19]


Vita a Virginia


Sissinghurst Castle, Kent,

13 de noviembre de 1937


Mi (una vez) Virginia:

Me dijiste que era una tonta por no escribirte cuadno mi pluma se retuerce por hacerlo. 

Pues ahora se está retorciendo. Te escribo desde la torre rosada, que tanto te gusta.

Me llegan ecos de tu vida; a través de Eddy, por ejemplo, que dice que fue a tomar el té contigo. Me sentí celosa. Pensé que yo hubiera podido tomar el té contigo en condiciones más íntimas que Eddy. ¿Por qué no lo hago? Sólo porque no estoy en Londres, y Eddy está ahí muy a menudo. ¿No es una pena que la distancia geográfica suponga semejante diferencia?

Demos un paseo de los que nos gustan en enero, ¿te parece? ¿Adónde iremos? ¿A Kew? ¿Piensas alguna vez en mí?

Si lo haces, ten a bien imaginar un Sissinghurst embarrado, con muchas tareas, como ocuparse del jardín (pregúntale a Leonard, que es jardinero, y te contará que todos los jardineros viven una orgía de plantas y trasplantar en esta época del año. Debes haber visto cómo él y Percy lo hacen).

Tuvimos un grupo de gente  muy desagradable, con las manos temblorosas por el alcohol o las drogas, no sé cuáles; los odié; me causaron una impresión de esas de las que nunca te olvidas.

¿Es esta una de esas cartas que pones debajo del pisapapeles en la repisa de la chimenea para contestarlas algún día? Si es así, mejor ni contestes. ¿O con las cartas de Ethel? ¡Qué idea tan horrible!

No, Virginia, por favor, no contestes. Ya sé que la carta llegará y que te darás cuenta de que es un pensamiento amoroso de tu Orlando. 

Los criados hicieron una gran hoguera el día de Guy Fawkes. Me acordé de ti mientras la llamas se alzaban. También tuvieron fuegos artificiales, y toda la fachada de Sissinghurst se volvió rosa, como si se hubieran sonrojado. Pusieron los fuegos en un cubo de basura, y lanzaron la tapa al cielo.

Más allá de todas esas bobadas, está el horror de España. Me preocupa muchísimo. Y el resto del mundo también. Pero, por el momento, es España la que está en primer plano.*

Esta es una carta más bien inconsecuente (la he leído por encima, ya sabes cómo es eso, al terminar la hoja), pero al menos que sepas que siempre me vuelvo hacia ti cuando me siento como el cubo de basura con los fuegos artificiales dentro de él. 

Tuya,


V.


Castillo de Sissinghurst, en el condado de Kent.


Virginia a Vita


Tavistock Square, 52,

15 de noviembre [de 1937]


¿Por qué "una vez" Virginia? ¿Por qué no debo responder a tu carta? Claro, esa es la mejor manera de hacer que me siente y me ponga de inmediato a contestarla. ¿Por qué eres un cubo de basura? ¿Y por qué no habríamos de ir a dar un paseo? ¿Por qué, por qué, por qué?

Sólo porque tú hayas decidido sentarte en medio del barro en Kent mientras yo lo hago sobre los adoquines de Londres, no es razón para que el amor desaparezca, ¿o sí? ¿Por qué las perlas y la marsopa deberían desvanecerse? [...]

Termino. Pero si tu pluma vuelve a retorcerse, déjala estar. 

Porque, mi querida Vita, ¿a qué viene decir "una vez Virginia" si estoy viva aquí y ahora? También lo está [mi perro] Potto, por cierto.


BERG

_________________________

*A finales de 1937, la Guerra Civil española se iba recrudeciendo cada vez más. Julina Bell, el sobrino de Virginia --hijo de Vanessa y Clive Bell--, había muerto en julio de 1937, durante la batalla de Brunete, tras incorporarse como conductor de ambulancia a las Brigadas Internacionales. 


[20 y 21]


[Estas dos cartas fueron escritas durante la Segunda Guerra Mundial, en una situación muy difícil para ambas escritoras.

Desde que los Woolf perdieron su casa de Londres en los bombardeos y se fueron a vivir a Monk's House, Vita los visitó en tres ocasiones, llevándoles productos de granja para aliviar el duro racionamiento al que los británicos estaban sometidos.

Las dos escritoras tenían siempre la sensación de que, con sus vidas amenazadas por las bombas, aquel podría ser su útlimo encuentro.]


Virginia a Vita


Monk's House, Sussex,

[30 de agosto de 1940] viernes


Acabo de dejar de hablar contigo. Me resulta tan raro... Todo está tranquilo. Están jugando a los bolos. Acabo de poner flores en tu habitación. Y tú estás allí sentada con las bombas cayendo a tu alrededor. 

Qué puedo decir. Únicamente que te quiero y que tengo que vivir en medio de esta tarde rara y tranquila pensando en ti sentada allí sola. 

Cariño, mándame unas líneas...

Me has hecho muy feliz...


BERG


Vita a Virginia


Sissinghurst Castle, Kent,

1 de septiembre de 1940


Oh, cariño, tu carta me emocionó muchísimo esta mañana. Casi dejé caer una lágrima en mi huevo pasado por agua. Tus raras expresiones de cariño siempre han tenido el poder de conmoverme, y como supongo que estoy hecha un manojo de nervios (de manera más bien subconsciente), resuenan contra mi corazón como una bala que cayera en el tejado. También yo te quiero; ya lo sabes. 

No quise irme de aquí el viernes pasado porque no había ningún otro conductor de ambulancia en el pueblo más que yo, y hubo combate aéreo todo el día y siniestros secos a lo lejos. Pero ahora me he asegurado de los servicios de una dama que podría conducir la ambulancia en mi lugar si hace falta. Tiene una vida muy romántica que a ti te gustaría. Incluye un viñedo en Córcega que llevó durante cinco años hasta que unos bandidos le hicieron la vida imposible. Pero eso no es nada comparado con sus tragedias matrimoniales. 

De cualqueir modo, ahora puedo moverme. ¿Podría llamarte por teléfono una mañana y preguntar si sería adecuado que fuese?

[...] Tu amante, profunda y permanentemente amante,


V.


Monk's House



[22]


Virginia a Vita


[Esta es la última carta de Virginia a Vita. En el mismo sobre, incluyó una carta que alguien le había mandado por error a ella, creyendo que la famosa escritora que criaba periquitos era ella en lugar de Vita.

De pronto, en medio de unas líneas sin importancia, surge inesperadamente la idea de la muerte.

Seis días después, el 28 de marzo de 1941, Virginia se suicidó.]


Monk's House, Sussex,

[22 de marzo de 1941] sábado


Mira qué carta me ha llegado dirigida a "Miss Virginia Woolf". ¡Qué transferencia tan rara! No, no soy tú. No, no crío periquitos. 

Los de [mi criada] Louie todavía están vivos: los alimenta con restos. Imagino que son de clase baja, humildes, pájaros. Si vamos a Sissinghurst, ¿podría traerle una pareja, si es que sobrevive alguna? ¿Mueren todos en un momento? ¿Cuándo iremos? Dios sabe.


BERG




* * * * *


Traducción de Ángeles Caso

[Tomado de Quiero escribirte esta noche una carta de amor. La correspondencia personal de quince grandes escritoras y sus historias, España, Lumen, 2019.]





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