Niños pequeños, de Camilla Grudova
Camilla Grudova Cuando se sentaron a desayunar y vieron que sólo había té y pepinillos blandurrios como babosas, el Abuelo dijo "Toda la comida está desapareciendo. Ya no hay pan, ni huevo, ni manzanas". Los niños no entendieron bien si es que no había más comida de verdad, o si lo que pasaba era que el Abuelo no podía pagarla. Vivían en un segundo piso, encima de una tienda que se llamaba Linóleos Miller. El Abuelo, que tenía un ojo enorme y otro minúsculo, y los cinco niños. Entre las dos ventanitas de la cocina, del lado que daba a la calle, había una tubería negra que emitía un ruido atronador cada vez que algún vecino tiraba de la cadena, se daba una ducha o abría el grifo del fregadero. El Abuelo odiaba esa tubería y la maldecía cada vez que hacía ruido, un ruido que no era culpa de la pobre tubería. La nieta mayor, Maureen, estaba enamorada de la tubería y se refería a ella como "George". El Abuelo echaba todas las tardes recogiendo trozos arrancados de lin